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Primer contacto con niños

La infancia de un niño es muy importante, porque todo lo que viva y rompa, lo que vea y conozca, creará el carácter de la persona que algún día llegará a ser.

Y mi Virgi, sin duda, tuvo una de las más envidiables del mundo.

Obligado a dormir en un cajón de la cómoda de la habitación de invitados de la casa de los padres de Tomasa, con los que ella, a sus 45 años largos, todavía vivía, pasó sus primeros años de vida leyendo todo lo que caía en sus manos, ya que al igual que los animales, su crecimiento cerebral era de una velocidad superior a la de los humanos.

Con 4 meses ya caminaba, con 7 corría y saltaba y aprendió a cazar pequeños animales, y a los 10 ya sabía hablar euskera, castellano, esperanto, francés y alemán gracias a los libros que robaba en el anticuario de al lado de su casa. Traducía los textos instantáneamente, gracias a una ayudita por mi parte, y en su mente permanecía todo lo que leía; para siempre. Era como una memoria de esas externas de los ordenadores dentro del cuerpo de un raquítico y pálido niño, tan pálido que la única mota de color que cubría su cuerpo estando desnudo era un cabello tan negro como la noche, e igual de frío.

Tampoco le costó mucho empezar a relacionarse con el mundo, aunque debido a su tamaño y a que la sociedad no está acostumbrada al respeto por aquellos que son diferentes o hablan de un modo poco natural, tuvo que empezar con los niños de su edad física. La ayuda de su madre en este menester tampoco fue muy intensa, ya que a cada nueva palabra que su hijo compartía con ella, o delante de ella, le contestaba con una sonora bofetada seguida de un nuevo insulto que unía palabras que Virgi le decía con orgullo. Chupa moras, come lombrices, folla hormigas, maricona calavérica, devora lumbres, corredor de fango, y una lista larga como la eternidad que le hicieron descubrir a Virgi una lección en la vida: ni siquiera nuestros seres “queridos” nos quieren; su única finalidad es hacérnos la existencia imposible.

Así que con esas lecciones, y con un odio tan puro hacia sus supuestos semejantes, mi hijo se lanzó a los brazos del mundo sin red, pero con la seguridad de que podría ganarles la partida.

Eso y que empezaba a notar como su cuerpo comenzaba a tener poderes extraños y por nadie compartidos.

Una de las primeras ocasiones en las que pudo entablar conversación con otros niños fue en una fiesta de disfraces, por Halloween o alguna festividad de esas que utilizan los centros comerciales para seguir robando al estúpido hombre de a pie, a la que le invitó un vecino porque le daba lástima verle siempre solo. Entró en la fiesta vestido con un camisón viejo de su abuela, plagado de manchas amarillas muy sospechosas y con una peste a muerte superior a la de un asilo público de la India, y comenzó a estudiar las sonrisas de los padres y niños que iban cruzándose con él. No entendió su felicidad ni como podían pasarlo bien mientras se disfrazaban de personas que, una de dos: no llegarían a ser jamás por miedo, o querían aparentar ser para gustar a los demás. También cabía la posibilidad de que se mostrasen, por una vez, tal y como eran, igual que un cantante se maquilla en un concierto o un escritor se esconde detrás de un alias, pero aquel lugar apestaba a falsedad por todos lados, y en cuanto comenzó a entablar conversación con los primeros niños lo tuvo más claro.

Por ejemplo uno que, disfrazado de Spiderman, se acercó a Virgi y le preguntó de qué iba disfrazado.

─¿Disfrazado? ─le sorprendió que alguien pudiese pensar que el camisón de su abuela fuese un disfraz ─, no voy disfrazado, solo llevo lo único limpio que había por casa. Además es muy ancho y suave, y estoy muy cómodo con él.

─Yo soy Epiderman ─le gritó el niño antes de que Virgi acabará su explicación. ─, y puedo pegarme en las paredes.

─¿De veras puedes?

─Sí, ¡mira!

El niño se estampó contra la pared y empezó a hacer movimientos con los brazos, igual que en las películas y comics que Virgi había visto y leído, y cuando mi hijo comprendió que aquel pequeño tonto no asimilaba sus limitaciones, decidió ayudarle a que, como él deseaba, se enganchase en la pared.

Ahora debo hacer una pausa para comentar algo que es, fue y será siempre, muy importante en la vida de mi fantástico hijo. Desde muy pequeño, cuando la pubertad le llegó con apenas 11 meses, pudo controlar la creación y expulsión del elixir de la vida que todo humano macho almacena en sus genitales, logrando que la potencia de chorro y la calidad de su semen llegase a límites nunca antes conocidos por el hombre, y el momento en que quiso ayudar a ese niño, y recordando como acabaron las paredes de su lavabo la noche anterior, decidió que bajarse los pantalones, acariciarse el pene y eyacular sobre aquel nuevo amigo sería la mejor manera de hacer realidad sus sueños. El chorro, con la potencia de una manguera de bomberos reglamentaria y con los mismos centímetros cúbicos de cantidad, se estrelló contra la espalda del falso Spiderman, lanzándolo por los aires y dejándolo pegado en el techo. Empezó a llorar por el picor de ese extraño líquido en sus ojos y por el amargor en su boca, y Virgi le gritó.

─Tu sueño, ha sido cumplido ─y se fue a buscar unos bocadillos de Nutella.

Por desgracia solo había de Nocilla, pero en lugar de pagarlo con el anfitrión de la fiesta, al que no conocía muy bien, decidió que aquel lugar no le estaba dando más que aburrimiento y desconfianza, además de miradas y susurros hacia su persona, ya que el esperma que había expulsado le había manchado la falda del vestido y las bambas, e iba dejando cual caracol un rastro resbaladizo y brillante allá a donde iba.

─¡Hola Virgi! ─cuando ya estaba casi saliendo por la puerta, el chico que le había invitado a la fiesta, y al que reconoció por la voz ya que tenía la cara tapada, se le colocó delante con sus padres cubriéndole las espaldas. Estaban llegando a la fiesta, y al niño le sorprendió que mi hijo se estuviera yendo a casa tan pronto. ─, ¿a dónde vas?

─A casa. Esta reunión me está resultando muy fastidiosa y necesito irme a mi cuarto a acicalarme un poco. Además, no hay ni rastro de Nutella.

─Hay que ver que bien habla tu amiguito, ¿eh? ─el padre miró a la madre haciéndole gestos con la mirada, para que se fijase en las pintas de mi hijo.

─Sí… parece muy… especial. ─aquello no pasó desapercibido para Virgi, que decidió contratacar tratando de ser amable y comenzando una conversación.

─¿Y tú de qué vas disfrazado?

─¡Soy Batman! ─le contestó con una alegría tan pura que hizo sonreír a Virgi.

─¿Sí?, ¿te gustaría ser de verdad Batman?

─¡Ojalá!, lucha contra el crimen, mata al Joker, que es un malo muy malo, ¡y puede volar!

─Pues yo puedo ayudarte a ser un poco más tu héroe, si lo deseas, claro ─los padres le miraban sorprendidos, sin entender nada, y su hijo contesto con un monumental <<SÍ>> ─, pues… vamos allá.

Usando uno de los pocos poderes que ya poseía y que había perfeccionado con los animales que por las noches cazaba, estiró sus brazos, levantó sus dos manos, y las abrió en dirección a los padres, que comenzaron a sudar y a tensárseles la cara. Entonces las cerró en un movimiento brusco, haciéndoles gritar de terror y dolor al tiempo que se les empezó a hinchar el pecho a ambos, el cual reventó en cuanto Virgi hizo un gesto como de tirar de ellos. Sus corazones habían salido volando en dirección a la pared que estaba detrás de mi fantástico hijo, donde se estrellaron y se convirtieron en dos charcos que, debido a la decoración de la casa, no resaltaban mucho que digamos.

El niño, al ver como sus padres caían de bruces contra el suelo, se quedó paralizado. Los pocos rasgos faciales que se veían a través del antifaz palidecieron, y comenzó a temblar.

Virgi se le acercó y colocó una de sus manos en el hombro del chico.

─Ahora ya estás más cerca de ser Batman ─después dijo <<nos vemos el lunes en el parque>>, y salió de la casa.


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