top of page

Charcos marrones

Normalmente todo aquello que en una primera mirada nos pueda parecer perfecto, mágico, imposible de superar, es, llegado el momento de tenerlo verdaderamente delante, un mojón de los gordos. ─A ver si lo he entendido… ─a mi hijo parecía costarle trabajo entender esa pequeña parte del plan. ─no puedo… ¿matar? ─Te lo he dicho ya 100 veces, hijo ─ya estaba listo para irme, y debido a lo coñazo que estaba siendo en ese punto de la realidad que ahora le tocaba tener, decidí decírselo por última vez y largarme. ─. Todos los que se han escapado son, en parte, personas muertas, así que no puedes matarlos porque no serviría de nada. La única manera de hacerles volver al infierno es que lo prefieran a la Tierra. Es decir, que tu trabajo a partir de ahora no es matar a nadie, si no torturarles hasta el extremo de que pidan en voz alta estar en el Infierno; y entonces yo les cogeré con mis garras y volverán a donde deberían estar. ¿Entendido? ─¿En serio no voy a poder matar ni a uno? ─se acabó. ─Adiós, hijo ─y un humo espeso me rodeó hasta hacerme desparecer. ─Menuda putada ─continuó diciendo esta vez solo para él mismo. ─, con lo bien que se me da y lo mucho que me excita. Excluyendo la alarma de psicopatía que estaba saliendo del corazón de Virgi, una tranquilidad como hacía mucho que no sentía invadió mi hogar cuando llegué. Así que me senté en el sofá y me hice una paja; solo porque podía hacérmela con calma. La soledad que otorga el conocer la verdad hizo que mi hijo tuviera los ojos muy abiertos a partir de ese momento. Podía sentir la maldad de los que le rodeaban y, dentro de ella, la que tenía esa oscura luz característica de los torturados por su padre, así que muy difícil no le iba a ser encontrar a los fugados. El único problema era que el noble arte de la tortura sin muerte como postre no era, por decirlo de algún modo, una práctica habitual en su día y día, y por lo tanto no sabía cómo llevarla a cabo. Así que, en un alarde de inteligencia, puso el punto de mira en castigados con mucha fortaleza y envergadura, para así tener un baremo al que agarrarse con respecto al dolor y la muerte. Los más delgados, enclenques y moribundas, tendrían que esperar. El rastreo duro poco, pues además de la oscura luz que expulsaba el ruido, los gritos, las ganas de ser escuchados por los que no querían escucharles, okupaba el aire y la calma de aquella pequeña parte de la ciudad. ─Y entonces le agarré por los tobillos y le dije que no iba a hacerle daño ─risotadas salvajes. ─Lo mío era mucho más fácil, porque la niña era mi esposa concertada ─con este comentario alguno incluso empezaron a tener hipo y ataques de risa. ─Pues en mi caso, casi estoy obligado a hacerlo por mi trabajo ─Virgilio Delfín ya tenía a sus dianas. Aquel grupo, de diferentes religiones, clases sociales, e incluso razas, habían encontrado en la pederastia un punto de unión, una balsa en la que sentirse a gusto con sus elecciones en la cama, y estaba claro que los dueños de aquel bar estaban dejando que siguieran con lo suyo con tal de llenar la caja. Estaba claro que iba a cavar en el Infierno llegado el momento. ─Que bien os lo estáis pasando ─interrumpió Virgi con un tono tan heroico que casi resultaba ridículo. ─, pero me temo que ya es hora de que volváis a casa. Esas palabras hicieron que algunos entendieran quién era y de qué estaba hablando, lo que hizo nacer en sus corazón un terror tan acentuado que quedó reflejado en el sudo que escapaba de sus frentes. ─¿Y si nos negamos? ─el del turbante y la barba parecía tenerlos mejor puestos que el resto. ─Pues que me veré obligado a que lo decidáis por vuestra cuenta, y ya os digo que no os van a gustar mis métodos ─sobre todo, pensó, ahora que se me ha ocurrido una buena idea. El cristiano del grupo se acercó cobardemente al hombre de negocios, que sacó algo de hombría y dijo, casi temblando. ─Adelante, payaso. Nada nos va a hacer decirte que queremos volver al Infierno. ─Eso ya lo veremos; cagados… Tuvo que medir con mucha precisión el nivel de castigo que iba a darles, porque con la diarrea es fácil pasarse de la raya y hacer que una persona muera deshidratada, sobre todo cuando es una de la que sale incluso la primera papilla que tomaste y parte de algún pulmón perforado por los espasmos. Debido a que, al parecer, todos ellos eran amantes de los anos infantiles, y de hacerlos sangrar y romper así su pureza, hacer que sintieran el peor dolor del mundo, el más corrosivo y fulminante justo en ese punto, cerca del punto G de todos ellos, le pareció que aquel primer castigo era digno de salir en el libro de poemas de cualquier anormal con aires de genio que frecuenta librerías enanas o bares con olor a perdedores redomados. El ruido del líquido cayendo al suelo, con ese característico latigazo que regalas los pedazos de comida todavía sin digerir, se mezcló con los alaridos de dolor y las suplicas y los nooooooo, mamá se aquellos valientes hombres que encontraban en el cuerpo de los niños el manjar más apetecible de todos. Con alguno de ellos Virgi tuvo pequeños lapsus, como con el árabe que, sintiendo que su cuerpo estaba a punto de reventar por la cantidad de líquido que creció dentro de él y lo minúsculo que era su ano, estuvo a punto de lanzarse delante de un camión y acabar así con su agonía. Por ello mi hijo decidió solidificarle todas las heces que se acumulaban en su estómago, y cerebro, dejándolo paralizado, pero vivo, sintiéndose más un muñeco de trapo lleno de cemento que un ser humano. Los demás, entre charcos, sorbos de saliva tras vomitar debido al asco que ellos mismos se daban, y los desmayos que los dejaban tumbados sobre sus propios desechos mientras, respirando como podían, tragaban involuntariamente aquel brebaje al tiempo que seguía saliendo se sus enrojecidos culos los restos de la marea de mierda que mi hijo había dejado fluir. Algunos empezaron a levantar la mano, pidiendo turno para poder volver al infierno, pero cuando solo quedaba uno que aguantaba, demostrando así que los oficinistas están hechos de otra pasta, Virgilio se le acercó para felicitarle y, por pena, tratar de convencerlo. ─Déjalo ya, tío. Además no vas a morir, de eso me estoy encargando, así que tu única salida es decirlo y volver a donde perteneces. ─No quiero volver allí… no quiero que me torturen y me hagan cosas que no quiero… ni estar rodeado de gente que no me llega a la suela del zapato. Soy millonario, joder, puedo hacer lo que quiero y nadie va a decirme qué puedo y qué no puedo coger. ─Bueno ─se agachó para estar lo más cerca posible de aquel violador de menores que, entre espasmos, seguía expulsando de su culo un líquido, a esas alturas, de un rojo tan intenso que estaba claro que le había reventado el estómago y en realidad estaba cagando sus propias tripas ─, eso es porque todavía ni habías topado conmigo, ¿no? Le agarró de los pelos y le transmitió, directo al cerebro, el dolor de mil ñus entrando en su culo, de mil caimanes devorando su esfínter, de un conserje lavándole las nalgas con esas esponjas amarillas llenas de hongos y que nadie sabe cómo deshacerse del olor que desprenden, y entonces, cerca de la línea que hace que un hombre desee estar muerto, esa en la que miras hacia abajo y te encuentras con toda tu vida saludándote y gritándote que es hora de abandonarla, el ejecutivo abrió los ojos y, vizco de dolor, dijo. ─Llévame con él… no puedo más. Y Virgilio, lleno de bondad y de orgullo por la victoria, le dio una patada en los huevos justo antes de que desapareciera. Después se dio la vuelta, y siguió su búsqueda, convencido de que matar, a veces, no es lo más importante del mundo. También está la tortura.


Capítulos recientes
bottom of page