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El inicio de un viaje necesario para un anticristo cabreado

Virgilio podía notar a cada paso que daba como se acercaba más a su amado Yisus, y es que la conexión que tenía con su hijo era muy intensa debido a la cantidad de veces que los pequeños ojos del bebé se posaban en las nalgas de Virgi cuando este penetraba sin descanso a todas las féminas de la casa en alguna de las innumerables orgías. Una vez, incluso, unas pequeñas gotas de su esperma habían acabado en el ojo de Yisus, haciendo que este lloraba unos instantes hasta que entendió que aquello no dolía tanto como había esperado (para entrar en más detalles diré que el agudo picor le ocasionó su primera erección infantil, pero eso no lo había notado nadie excepto yo, y por razones que ahora no tengo tiempo de explicaros). Pero Virgi había borrado de su diccionario mental la palabra rendirse, al igual que legalidad, igualdad, respeto y veganos, así que no saber por dónde empezar, y ni el hecho de que por alguna extraña razón algo bloqueaba sus poderes cuando trataba de enfocarlos hacia su hijo, no le frenó ni un poco. Iba a encontrar a su hijo allá donde le hubiesen escondido, y no le importaba cuanto fuera a tardar. Entonces llegó al aeropuerto y se dio cuenta del verdadero significado de la palabra Esperar. Aquel viejo edificio, con tanto sufrimiento y odio y rencor en su interior como un campo de concentración (incluso olía igual) durante la primera hora no le hizo nada a Virgi. Después, transcurridas 4 horas más aquello comenzó a volverse un poco molesto, pero no fue hasta que su culo alcanzó las 10 horas de espera cuando Virgilio Delfín, mi hijo, el Anticristo, decidió que no estaría mal matar a alguien ajeno a la desaparición de su hijo. Aunque solo fuera para entrenar. ─Disculpa, chico ─trató de parecer lo más amistoso y respetuoso posible, ya que era consciente de que aquel cabeza cuadrada de detrás del mostrador tenía el poder en su mano. O al menos un pequeño poder sin ninguna responsabilidad real. ─Un momento, señor. Debe esperar detrás de la línea y cuando le llame podré ayudarle. Detrás de Virgi no había nadie, ya que a esas horas de la madrugada todos los castigados por los retrasos dormían, soñando que estaban en el vuelo de camino a sus destinos sin haber perdido dinero, tiempo y paciencia. ─No hay nadie ─señaló mi hijo. ─Espere su turno, por favor ─el chico ni siquiera miró a mi hijo a los ojos, pues estaba ocupado viendo un episodio de una de esas series tan serias y profundas que todo el mundo trata de ver solo para lograr parecer un intelectual. ─¿Le gusta esa serie? ─Virgilio reconoció las cofias y los vestidos rojos, pero calló porque quería darle a aquel chaval una oportunidad para comportarse como una persona. ─Señor, si sigue incordiando me veré obligado a llamar a seguridad, y perderá el vuelo y la maleta. ─No he facturado nada, y el vuelo ya lo he perdido. Solo le pregunto si le gusta la serie ─el chico descolgó un teléfono y dijo algo como “Facturación 678; un gilipollas que no para de molestar”. Y mi hijo, obviamente, movió ficha. Lo peor de un trabajo de cara al público no es tener que aguantar a la gente que te da trabajo (bueno, sí es un puto coñazo, pero al aceptarlo ya sabías lo que había, ¿no?), es que la persona que te debe atender no se tome su obligación en serio, o peor, que se aproveche de su posición para hacer la vida de los demás insoportable a varios niveles. Pero aquel chico listillo y poco profesional había topado con alguien a quien no debía joder; y que le jodió. ─El cuento de la criada ─el hilo de voz de Virgi fue de una potencia casi sorda, imposible de describir a no ser que la sufrieras; o fueras testigo del sufrimiento del destinatario. ─, no la he visto, pero sé de qué va… El estómago del chico comenzó a transformarse en algo que nadie de su sexo biológico había sentido antes, ocasionándole un dolor tan mortífero y profundo que sus gritos, incluso en aquella estancia de altos techos y paredes acristaladas, hicieron temblar los putos cimientos del lugar. ─¡¡¡¡¡¡¡¿QUÉ ME ESTÁ PASANDO?!!!!!! ─la sorpresa con forma de barriga cervecera tan tirante que incluso el ombligo se le salió hacia afuera, logró que por primera vez en todo el rato que mi hijo lo había sufrido aquel chico se pusiera de pie y se moviera más de 5 centímetros. ─Lo importante en esta vida es ser útil, del modo que sea, siempre y cuando no jodas al prójimo. Y tú anormal, me has jodido. ─¡¡¡¡NOOOOOO!!!! ─un par de cristales se rompieron y una viga empezó a tambalearse cuando empezó a notar como en su interior media docena de pequeños pies empezaban a golpear de fuera hacia adentro con una fuerza extrañamente familiar y amigable. ─, ¡¡¡¡TENGO UN ALIEN DENTRO!!!! ─3, para ser exactos. Y me parece que querrán salir antes de tiempo… El embarazo de una rata dura una media de 23 días, pero Virgi cambió los Días por Minutos, y después a Segundos, convirtiendo a aquel mal trabajador en una bomba andante de niños bastardos y seguramente tontos del puto culo. Entonces un paso de Virgilio hacia atrás sirvió al chico como cuenta atrás de lo que iba a pasar pero no quería aceptar. ─Uno ─Virgi puede ser jodidamente cruel cuando se le tocan las pelotas. ─, dos… y… Cuando el talón de Virgilio se alzó en el aire, y justo después de que se colocara detrás de un montón de maletas abandonadas, la barriga del chico explotó liberando tres pequeños adolescentes con barba de tres días que solo decía “¿vamos a Ibiza?” o “¿a qué hora queréis ir hoy al gimnasio?”, lo que le dio tanto al padre como a mi hijo la seguridad de que a veces abortar es mejor que darle vida a retrasados sin cerebro ni utilidad. El burbujeo de la sangre del orgulloso padre, que observó antes de morir como sus hijos, que ya calzaban alguna cana, le robaban dinero de la cartera, fue la banda sonora perfecta para que Virgi se colocara delante del ordenador y comenzase a sacarse billetes de avión a las ciudades y países donde un pequeño palpito, uno de esos que solo los padres pueden entender, le subrayaba. Berlín, Paris, Arabia Saudi, Australia, Korea del Norte, fueron algunos de los numerosos billetes que mi hijo se guardó en el bolsillo, donde los mezcló y, sin mirar, sacó su próximo destino. ─Perfecto… ─y sonrió, alegre, pues nunca había estado en aquel lugar. 


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