Una visita guiada
El sexo siempre fue para Virgilio algo extraño y, mirase por donde mirase, repugnante. No era solo el hecho de que al tenerlo, posiblemente, fuera a nacer un nuevo ser, con todos los problemas de sabiduría e inutilidad que eso acarreaba en la sociedad, era además que el intercambio de fluidos le parecía muy peligroso y profundamente asqueroso. Claro que la única referencia que tenía era la suya, y la de las películas porno que su abuelo le ponía cuando se quedaba a su cargo, pero en ellas los actores eran demasiado delgados y tenían la polla tan grande que, supuso, eso les quitaba capacidad de almacenaje seminal, y bueno, su abuelo tampoco era un buen ejemplo porque a duras penas conseguía empalmarse cuando se masturbaba, incluso con la ayuda de la abuela que, con delantal y amasando unas croquetas, le hacía felaciones al mismo tiempo que le decía a Virgi que si había acabado los deberes. Así que su tremenda potencia de disparo, unida a su acumulación desmedida de semen, hacía que mi hijo no estuviera seguro de qué hacer con todo aquello, porque si hacía lo mismo que los demás, es decir, dejarlo dentro de la hembra, seguramente acabaría reventándola como un globo al que se le mete demasiada agua dentro, y una cosa era querer exterminar a la humanidad y otra, muy distinta, mancharse él o poner en peligro su pene en el proceso.
Pero todas sus dudas disminuyeron el día en que el colegio planeo una excursión a una fábrica, que en un primer momento a Virgi no le resultó interesante, pero que cuando empezó a profundizar en ella se podría decir que fue la solución al problema, y acabó siendo el mayor experimento sexual hecho hasta la fecha en la historia de la humanidad.
La profesora, al llegar, colocó en grupos de tres a los niños para que no se perdieran, aunque el verdadero motivo era tenerlos más controlados y así ella poder tomárselo todo con más calma, y un guía con cara de vivir con más gatos que paredes les comenzó a explicar la historia de los objetos que allí creaban, logrando que el aburrimiento aumentara exponencialmente a medida que las palabras se iban acumulando en el aire. Virgi solamente les hacía caso a sus dos compañeros de grupo, una chica pelirroja y llena de pecas bastante marimacho con muy mala hostia y cuyas tetas habían comenzado a crecerle sin control, y un gordo que comía tabletas de Crunch como si la vida fuera un concurso de haber quién podía devorar más de esos venenos azucarados. Al verlos supo que el plan de la profesora había sido unir a los más problemáticos de sus alumnos, y eso a Virgi le pareció todo un cumplido; su plan de dejar su marca de la bestia en el mundo estaba empezando a tomar forma, aunque solo fuera por ser catalogado como alguien “diferente”.
La visita continuó sin mucha diversión, hasta que el trabajador se detuvo delante de un gran tanque que olía a clase de manualidades, y comenzó a hablar.
─… y aquí ─seguía diciendo ─es donde almacenamos todo el pegamento que, en aquella máquina de allá, se coloca en la parte de detrás de los sellos. No es tan tóxico como el que soléis usar en el colegio, ni tan potente, además se deben chupar para que se vuelva pegajoso. Y entonces ─el guía se chupo la mano, como si fuera un sello, y la pegó a la otra, que pretendía ser un sobre ─, ya tenemos la carta lista para enviarla y que llegue a su destino.
Virgi, por primera vez en todo el día, prestó atención a lo que aquel fracasado en la vida y lo laboral decía, y después miro el tanque y, como una bombilla sobrecargada que explota, tuvo una idea en la línea de las que solía tener mi hijo.
Que orgulloso estoy de él.
Como la atención de la profesora estaba centrada en no perder a los alumnos, y mi hijo y su grupo eran poco menos que desechos de la sociedad, no les costó mucho desentenderse del lastre y quedarse solos con el enorme y caliente tanque.
─¿Qué me has dicho que vas a hacer? ─pregunto el obeso niño mientras abría una nueva chocolatina.
─Ha dicho que va a regar al mundo, ¿además de gordo y tonto eres sordo? ─le reprochó la pelirroja, iniciando así una discusión que Virgi no escuchó. Él trataba de concentrarse en su tarea, pero con tanto jaleo y con lo fría que era la fábrica su pene no acababa de funcionar.
Cansado de intentarlo, y molesto por los gritos de sus dos compañeros, se giró y decidió probar por primera vez un truco que con los animales muertos le había funcionado, pero no con cosas vivas, y se concentró en ellos; los vio como sus marionetas.
Al principio los niños ponían caras raras, como si algo les hiciera cosquillas o se les estuviera durmiendo las extremidades, pero entonces la chica empezó a gritar <<¿¡qué coño está pasando!?>>, asombrada al ver como su cuerpo se arrodilla delante del gordo que, llorando de impotencia y terror, comenzó a bajarse los pantalones. Ella empezó a imitar aquello que mi hijo había visto tantas veces junto con su abuelo, pero sin dejar de gritar, lo cual en parte le puso mucho más cachondo. El gordo en cambio sustituyó su pánico por la lujuria, y se dejó llevar.
Chico listo.
Aquella escena consiguió que Virgi lograra la tan ansiada erección, y comenzó a masturbarse con la diana en el centro del tanque. No tardó mucho en derramarlo todo, ya que sus compañeros cambiaron de postura unas cuatro veces, todas ellas realizando posturas tan extrañas que, una de dos, o conseguían placer o una luxación, y cuando la punta de su polla estalló, litros de semen brillante y puro empezaron a mezclarse en el tanque como el azucar y el yogurt, creando un mejunje más espeso de lo normal pero con un color mucho más sano. después liberó a sus marionetas (que siguieron follando incluso siendo libres), se subió los pantalones y se fue de allí con el trabajo hecho.
Lo que pasó después seguramente lo leeríais en los periódicos, o en algún telediario, pero como a veces la verdad es censurada por el bienestar común, os daré detalles de lo que ocurrió.
Los sellos salieron de fábrica, como siempre, en dirección a las papelerías y estancos donde la gente seguía comprándolos y usándolos. Esa monumental tanda bañada con el esperma de mi hijo llegó en total a 145 personas, repartidas por toda España y Centro América, que fueron los únicos que compraron sellos durante los tres días que seguía estando la simiente de mi hijo viva. Entonces los chuparon… y ahí empezó la locura. Los informes policiales y hospitalarios hablaron de una infección de origen desconocido que hacía que los afectados presentasen inflamación de lengua, violencia desmedida e injustificada, nauseas, retención de líquidos y deseos imparables de comer alimentos extraños; ya sabemos todos que viene después, ¿no? Ni los medios ni nadie pudo explicar o compartir con el mundo lo que les pasaba a los afectados transcurridas cuatro semanas, pero no por prohibiciones gubernamentales, sino porque el hecho de que pequeños fetos con la cara del Rey de España (o de lo que fuera que estaba impreso en el sello chupado) reventaban las lenguas de los infectados y comenzaban a crecer a una velocidad cincuenta veces mayor de lo normal (pasando por la infancia, juventud, adolescencia, pubertad, madurez, vejez y, finalmente, muerte por cáncer en apenas un año), no era algo que se pudiese decir sin parecer que has perdido la cabeza. Cuando todos los seres murieron, bajo la más estricta confidencialidad se cerró la carpeta del caso y se enterró en lo más hondo de los archivos policiales.
Nadie ha podido confirmarlo, ni negarlo, en los años posteriores, pero algo quedó claro: mi hijo podía reproducirse de un modo que nadie en la Tierra podría detener, o controlar.