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Visita al lugar más feliz de la Tierra

Una vez al año, religiosamente, Tomasa le daba un capricho a su hijo en forma de viaje o comida o desayuno especial (en caso de que el dinero escaseara más de la cuenta), pero cuando Virgilio cumplió 15 años coincidió con uno de los años más prolíferos en cuanto a prostitución en España (algo que desde la Olimpiada del 92 no se había visto), debido a la visita de numerosos políticos y asesores que se detenían en el país para cerrar acuerdos y conseguir que los pocos bienes de la piel de toro del mundo dejasen de pertenecer a la mayoría para ser, finalmente, para el 1%. Así que después de una semana en la que Tomasa realizó cerca de 100 felaciones diarias, y se acostó con al menos 500 hombres, decidió hacer el papel de mejor madre del mundo y abrió la puerta del cuarto de mi hijo de golpe el día de su cumpleaños.

─¡Hijo mío! ─balbuceó mientras vomitaba en la alfombra cerca de medio litro de vodka, que era lo único, además de esperma, que había tragado en las últimas 48 horas ─, ¡adivina qué!

─¿Mi padre ha aparecido y me podrá explicar porque soy superior a todos en cuanto a intelecto y capacidad de destrucción?

La primera respuesta fue una bofetada que tiro a Virgi de la cama, y la segunda una sonora carcajada.

─Pero mira que eres anormal... ¡No!, ¡qué voy a llevarte a dónde quieres ir desde que tenías 2 años!

─¿A la Alemania nazi para descubrir de primera mano lo crueles que podéis llegar a ser los humanos y así me sienta muchísimo más superior en cuanto a crueldad?

Una nueva bofetada, una monumental, y más alta, risotada.

─Eres un gilipollas, pero hoy te quiero mucho, ¡y por eso esta noche voy a llevarte a DisneyLandia!, y no hablo de esa mierda que los gabachos construyeron para chulearnos, no, no. ¡Hablo de la de los Estados Unidos!

Aquello a Virgi le agrado, aunque no recordaba haberle dicho nunca nada de que quisiera ir a esa nación llena de odio y egoísmo, porque podría interactuar de primera mano con humanos de otra nacionalidad, otra cultura; otros miedos.

─¡Gracias mamá! ─y saltó a darle un abrazo, que ella contestó con un rodillazo en la cabeza.

─¡Pero mira que eres maricona!

El viaje incluyó clase VIP en el avión, con todos los lujos imaginables y, previo pago especial, Tomasa pudo chupársela al piloto mientras pilotaba sobre el océano. Virgi perdió la virginidad con una azafata vietnamita, de nombre Got (que sonaba igual que God; casualidades de la vida), que le hizo un baile especial antes de empezar y le dejó correrse dentro. Por suerte para ella, mi hijo solo pudo dejar escapar una pequeña gota de su esencia, debido al cambio de presión fuera del avión, pero fue suficiente para provocarle un cáncer de útero que, 2 años después, la mató fulminantemente.

Pero con ese tema iremos más adelante.

El transporte al hotel, la habitación, y todo lo que tuvo que ver con el viaje fue lo más ostentoso y derrochador que se pudo, cosa que a mi hijo en un principio le gustó mucho por la comodidad que le ofrecía, pero en seguida supo oler, más allá del brillo, el hedor y la falsedad que rodeaba a cada una de las personas que compartían estancias con ellos. Eran seres que se creían, igual que los nazis que una vez castigo, mejores que los demás solo por su estatus social, y que despreciaban cualquier cosa que estuviera fuera de su círculo o pensarán y vivieran diferente a ellos; definición, en esencia, idéntica a la de un fascista. Pero eso no era lo que más le molestaba a mi hijo, lo que de verdad le hacía hervir la sangre y empezar a imaginar maneras de hacerles sufrir en vida era, lógicamente, el modo de comportarse con los trabajadores y las personas de a pie, y eso que a Virgi todos los humanos le parecían igual de estúpidos e inofensivos, de inexplicables e inútiles, pero una cosa es que nadie sirva para nada y otra, muy distinta, escupir encima de la mierda para demostrar que aunque huelas igual, eres mejor que ella.

Así que espero pacientemente, con calma, organizándose y dejando que su cabeza volase sin control mientras miraba por la ventana del autobús que los llevaba hasta el parque desde el hotel. Y al llegar se desató el apocalipsis de la diversión.

La cola VIP que recorrieron apenas duraba 30 segundos, un insulto para las 2 horas que tenían que aguantar los de recursos medianos, y eso ya le molestó mucho a mi hijo, así que se concentró en los carteles que anunciaban el lugar por el que la piara debía cruzar y todos, sin excepción, anunciaron un llamativo LOS 1000 PRIMEROS EN CRUZAR LAS PUERTAS, ENTRADA GRATUITA DE POR VIDA, y como no hay nada que le guste más al hombre que la palabra Gratis, las carreras y los empujones, el olvido de niños y los pisotones sobre ancianas y carritos de bebé comenzaron a multiplicarse por 5 cada 3 segundos, consiguiendo que el caos entrase en aquel parque de un modo tan brutal que los vigilantes no tuvieron otra opción que huir en busca del primer agujero que encontrasen.

Pero eso no fue lo peor; solo el comienzo.

Cuando se calmó un poco todo, la marea y la humanidad allí encerrada comenzó a relajarse y a adoptar la posición de tranquilidad que caracteriza las colas que en todas partes tenían que respetar, Virgilio observó como la diferencia entre un escalón y otro de la sociedad se hacía tan evidente como puede serlo que en ese momento era de día. Hot Dogs el doble de caros solo porque el animal que lo rellenaba debían haberlo vacunado en algún momento, algodones de azúcar más esponjosos y coloreados dependiendo del precio, sillas y mesas a la sombra bajo sombrillas ocupadas solamente por gente que no se habían subido a nada más que al autobús que les habían llevado ahí (¿y qué hacían en el parque entonces?, ¿aparentar que se divertían?), o tiendas que vendían al triple de lo normal camisetas fabricadas por niños sin padres y algún dedo de menos en sus manos por el trabajo realizado. Todo lo que le rodeaba le parecía insultante y falso, asqueroso y profundamente miserable, y sin darse cuenta dejó que su mente se abriera y todas las ideas que recorrían su cerebro, lleno de odio hacia sus supuestos semejantes, chocasen con lo que le rodeaba.

Y ahí sí que comenzó la locura que en los periódicos titularon como <TERROR INFERNAL EN EL LUGAR MÁS FELIZ DE LA TIERRA>

Los algodones de azúcar adoptaron el sabor de la mierda recién expulsada por el mendigo más alcohólico y devorador de contenedores de la historia (incluso grumos aparecieron entre la esponjosidad del producto), logrando que los desmayos y vómitos, así como los gritos de terror y las muertes por asfixia, empezasen a minar todo el terreno como en el peor desembarco de la guerra más brutal del mundo. Hot Dogs y hamburguesas que al notar cerca la boca de alguien enseñaban los dientes y atacaban, con muy mala baba todo sea dicho, al hambriento comprador, haciendo que los labios superiores, lenguas e incluso narices de más de uno fueran seccionadas o directamente devoradas, y tragadas, por aquello que entre los dos panes rugía como una bestia salvaje. Sin contar las atracciones, que empezaron a hacer los viajes al revés, chocando entre sí y convirtiendo a las personas en balas que encontraban su final en el suelo (algunas veces tras caer desde varias decenas de metros de altura) o las paredes y rejas de seguridad, que los hacían estallar por la violenta velocidad que habían acumulado. Aquel paradisíaco lugar empezó a arder y a gemir como en una gran bola de nieve que había comenzado en la hipocresía y el egocentrismo más pueril y que acabaría, sin remedio, estallando y convirtiéndose en un enorme charco de sangre, sobre el cual Virgilio caminó en dirección a la salida mientras guiaba a su madre, borracha como una cuba y sin bragas, lejos de aquel universo de falsedades y camisetas de colores llamativos.

─¿Te ha gustado tu regalo? ─trató de pronunciar Tomasa, mientras cruzaban la puerta principal en dirección al primer coche que mi hijo abriera y comenzase a conducir en dirección a casa.

─Sí mamá. Ha sido el mejor regalo del mundo ─y, por una vez, no mentía.


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