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El pasado que volvió a ser presente

Tendría que haberlo pensado antes, eso lo sé ahora, pero en el año en que comencé a intentar tener un hijo no estaba muy por la labor de estudiar los problemas políticos y territoriales del mundo entero. Era demasiado joven, impulsivo, y estaba demasiado cachondo y ansioso como para retrasar mi eyaculación un par de milenios más, aunque en tal caso seguramente vuestro planeta ya no hubiese existido debido a la polución y toda la mierda que le regaláis al mar y la naturaleza de la que dependéis.

Pero, en fin, que le vamos a hacer.

Por aquella lejana época había al menos tres guerras ideológicas en marcha y unas dos más en planificación, por no contar con el estado en que había quedado España (donde a mi hijo le tocó nacer) tras la separación de Catalunya del resto del país al que pertenecía. Aquello destruyo la economía e inició una guerra civil, en la cual ninguno de los bandos sabía bien el motivo por el que se mataban. Simplemente era ¡tú sí!, a lo que el otro contestaba con un ¡tú no!, y así hasta que uno sacaba la pistola y ganaba al otro. Así que el hecho de que Vigi naciera en esa zona llena de idiotas gobernados por imbéciles pareció un golpe de efecto que el malnacido de mi hermano, Dios, me había escupido en la nuca; pero el que ríe el último…

Cuando mi hijo cumplió los 17 años todo el odio que parecía haber sido trasladado solamente a la región noreste de España comenzó a aflorar en otras comarcas, debido a la tirria que le tenían todos al modo en que el presidente del país llevaba las riendas, y no por algo estrictamente ideológico, sino porque Rodolfo Rivera era, con todas las de la ley, un negado en cuanto a liderazgo, comunicación, coeficiente intelectual y, al igual que su padre Kiko, un DJ con muñones en el cerebro y las manos. El motivo por el que llegó a esa cima del poder fue porque aprovechó la moda de USA de presentarse a las elecciones frikis en lugar de humanos competentes, y en las últimas elecciones solo había tres candidatos viables: un hijo ilegitimo de Pablo Echenique (al que llevaban en carretilla a todos los mítines, pues para conseguir el carisma de su padres optó por cortarse los brazos, las piernas, y el pene), Andreita Janeiro (que volvió del instituto de Londres donde estudió con tres hijos, gonorrea, y hablando Ruso con acento nativo), y el finalmente ganador Rodolfo, que regalaba dinero en cuanto podía e iba disfrazado de folclórica a todas los discursos y campañas electorales (le hacía buen escote, por cierto). Podría decirse que todo fue muy divertido, hasta la mañana siguiente de las elecciones, que fue cuando España despertó dándose cuenta de que, una vez más, habían escogido al más tonto de todos los candidatos tontos que había disponibles; básicamente lo mismo que habían hecho durante toda la democracia.

La fractura social comenzó cuando el presidente dictaminó que la mejor manera de acabar con el terrorismo islámico era regalarles a los musulmanes la antigua al-Ándalus, sin darse cuenta de que eso suponía la gran mayoría del territorio español, exceptuando Galicia y parte de Aragón. Así que de un día para otro solamente había “españoles” en el norte del país, y los demás pasaron a ser de nacionalidad musulmana, mosqueando a mucha gente sobre todo porque eso acababa con la liga en su totalidad y con la gastronomía en particular, haciendo que todo el mundo empezara a emigrar en masa a las zonas legalmente españolas. Hay que señalar que no a todos les pareció mal, porque al ser de nuevo al-Ándalus, y debido a la rapidez con la que todo pasó, los restaurantes se convirtieron a toda prisa en Kebabs, por lo que aquellos que se pasaban la vida de fiesta en fiesta (que eran prácticamente todos los universitarios de entre 20 y 36 años) tenían la excusa perfecta para ir de rave a kebab, y tiro porque me toca.

Todo eso a Virgilio no le quitó el sueño, y mucho menos a su madre (que siquiera sabía en qué día vivía, ya no digamos ciudad, y además ella voto al partido minoritario formado por los actores de La Que Se Avecina, que solo lograron un escaño), lo que de verdad le parecieron demoledoras fueron las imágenes que en TVM (M por musulmana) se emitían sobre la lucha entre la policía de las fronteras de España con los españoles que querían escapar de la nueva al-Áldanus. En ellas había porrazos, mordiscos, uso de niños pequeños y ancianos como escudos, e incluso roturas falsas de dedos y brechas pintadas con kétchup del Mercadona, haciendo que los espectadores insultaran a la policía porque la violencia les parecía excesiva, mientras en las plazas de sus ciudades, ahora con musulmanes al mando, ejecutaban homosexuales y lapidaban mujeres violadas.

Virgi se dejó llevar por el odio imperante, y decidió que las fuerzas del orden eran las que debían llevarse el mayor castigo, olvidándose de Rodolfo, que a esas alturas ya había encontrado un lugar mejor donde residir; una pequeña isla cerca de Hawai. Mi hijo, ya en la adolescencia, había conseguido alcanzar un alto nivel de concentración, así como pulir varias nobles artes de la brujería y la maldición, así que en una de las últimas conexiones en directo del conflicto fijo sus ojos en las porras que golpeaban y los pies que pisaban, y atacó.

Todo el mundo sabe, o debería, que la violencia y el odio es aquello que hace de los hombres unos seres irracionales, por eso a los policías, gracias al poder de Virgi, a cada golpe que daban les comenzó a crecer el cráneo con la característica forma del tricornio, y sus porras se fundieron con los huesos y los ligamentos de sus manos hasta convertirlas en una masa extraña y letal. Gracias a esas extrañas imagenes, toda España se detuvo estupefacta y comenzó, tras varios meses de ceguera, a mirarse los unos a los otros como lo que de verdad eran: hermanos.

Decidieron que solo podía arreglarse esa situación poniendo en manos de un experto en diplomacia todo el embrollo dejado por Rodolfo (que murió años después en la más completa soledad por una cirrosis causada por la ingesta masiva de caipiriñas), y tras mucho pensar y pensar, tras muchas deliberaciones y votaciones, decidieron que la mejor manera de expulsar a los que les habían quitado (legalmente, eso sí) sus casas era con un mal mayor, así que pactaron un acuerdo con Coreo del Norte que, por el 55% del pastel que pudiera lograrse en la Futura España, accedieron a prestarles un par de bombas de hidrogeno (o nucleares, que para el caso era lo mismo) y destruir con ellas por completo la superficie habitable de la piel de toro del mundo, exceptuando Toledo, el barrio del Viso y de Salamanca en Madrid y, por supuesto, uno de los últimos rincones inmortales de España: Casa Pepe, del km 243-244 entre Madrid y Cádiz.

Aquello acabo medio bien, pues por el camino se volatilizó también Portugal y parte de África (la puntería nunca ha estado de la mano de los coreanos), pero los Nuevos Españoles pudieron volver a colonizar su tierra y construir sus casas y negocios. Hay que matizar que hubo malformaciones en las siguientes generaciones, y obligación de usar trajes NBQ para prácticamente todo, pero con esto Virgi descubrió una verdad que le siguió el resto de su vida: la violencia no puede detenerse con más violencia, sino con reprimendas o castigos.

Que así sea.


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