Juegos de niños
Está muy mal que yo lo diga, sobre todo teniendo en cuenta mi historial, pero siempre he sido de la opinión que los padres deberían influenciar de algún modo a sus hijos en los temas verdaderamente importantes de su vida. Sí, lo sé, yo, Satanás, alguien que como Zeus (no entraré en detalles de si los griegos se inspiraron en mis historias pero sin acertar con el nombre) ha tenido tantos hijos como escapadas a la Tierra, y en la gran mayoría de casos me han sudado completamente la polla todos, no debería opinar sobre la educación o el modo en que soltamos a nuestra descendencia por el mundo, pero si algo me ha dado tantos años observando como la cagáis en todo cuanto os proponéis esta vez, espero, que me deis algo de cancha.
¿Sí? Pues continúo.
El caso es que siempre me a hecho gracia esos padres y madres que se dedican a despotricar sobre los errores de su estirpe, cuando en realidad ellos, y nadie más, son los que deberían apechugar con la culpa de lo que sus pequeños monstruos destruyen e incineran a cada paso que dan. Son ellos los que deberían atarlos en corto o darles una buena tunda cuando es necesario y no dedicarse a ignorarlos y no usar ese mal truco, y peor discurso, de "Es mejor que ellos aprendan de la vida a su manera, sin reglas". Siempre he tenido ganas de decirles: "Pues tú mal no has salido, ¿no? ¿Entonces porque arriesgar cuando ya conoces un método que funciona?"
Pero, en fin, la raza humana no sirve más que para tomar apuntes, para tratar de encontrar un modo mejor de hacer las cosas en el futuro; siempre ha sido así.
Entre las miles de historias (y que quizá acabe contando) sobre mi hijo en la pizzería donde, tras el incidente con Lagartija, ya estaba más o menos a la altura del dueño en ese establecimiento, una que nadie olvidará fue la que unió a tres niños, un globo de Pocoyo, y la freidora de patatas.
Aunque Virgi no tenía que tratar con nadie que no formara parte de la plantilla, a veces aparecía un cliente con ganas de hacerse el importante y, debido a cualquier tontería, acababa exigiendo la presencia del “dueño”, o lo que era lo mismo en aquel lugar: el hijo de Lucifer. El sábado en el que voy a centrarme, un padre furioso se obsesionó con la idea de que mi hijo ocupara su tiempo (que dedicaba a pulir nuevas magias y trucos para hacer del mundo un lugar peor) en solucionar el enorme problema que le impedía disfrutar de una pizza insana con bebidas extra-azucaradas. Y allí que fue.
─¿En qué puedo ayudarle, caballero? ─pregunto Virgilio con un tono suave y elegante, cercano a la realeza.
─Pues en que sus trabajadores son unos gilipollas ─que comenzara aquella conversación de un modo violento e intimidador, a diferencia de lo que Virgi había tratado de hacer, le ocasionó a mi hijo un pequeño asombro, que se volvió cómico en cuanto siguió escuchando ─, porque hay que ser un completo retrasado mental para no entender la diferencia entre queso Cheddar y Gouda, y entre Patatas Deluxe y Patatas Normales.
Virgi entendía perfectamente la diferencia entre esos 4 elementos, y miró a sus empleados con calma, encontrando en ellos caras de desaprobación y ganas de reventarle la cara a aquel padre tan maleducado.
─Cualquiera sabe esa diferencia, señor, y mis empleados forman parte de esa élite.
─Pues si me dices eso tú debes ser igual de anormal ─¿anormal el hijo de Satanás?, ¿anormal alguien que podía leer las mentes y hacer que crecieran cosas directamente del recto? Aquello, además de mentira, le pareció un insulto tan gratuito como molesto.
─Siento decirle que no soy eso que ha dicho, y que en ningún momento le hemos insultado ni le hemos tratado mal…
─Venga, callaté ya, niño pijo ─¿pijo? ─. Estos gilipollas que trabajan para ti han puesto Gouda en la pìzza de mis hijos, ¡que según el menú no lleva! Y, ¡mira!, ¿qué hace una Patata Normal en esta caja que os hemos pedido Deluxe?, ¡¿eh!?.
Claramente aquel hombre tenía una vida llena de inseguridades, además de trabajar en un lugar donde era él el que tenía que tragar con insultos y malos tratos. Eso era perdonable, porque la raza humana no se diferencia especialmente en saber llevarse a casa sus problemas, sino que se dedica a esparcir su mierda a todo el que le rodea para, así, no sentirse tan fracasado, pero lo que mi hijo no pudo ignorar fue que los tres hijos que completaban la familia, junto con una mujer de piel tan suave y pelos tan arreglado que casi parecía una muñeca de porcelana, se reían de los empleados y les lanzaban patatas como si aquello fuera un Zoo y no un restaurante. Su padre, por descontado, no decía nada, e incluso les alentaba pasándoles más recipientes llenos de patatas. La madre, sería y con la mirada vacía, parecía estar puesta de algún calmante de receta.
─Esos pequeños errores no justifican esta forma de actuar ni de usted ni de sus hijos, que deberían dejar de ensuciar este establecimiento.
─Mis hijos harán lo que quieran, ¿o acaso me está diciendo cómo educarlos? ─¿educarlos?, se preguntó Virgi.
─Pues quizá debería darle un par de consejos, porque aquí las únicas personas que no se están comportando como seres humano decentes son usted y estos 3 apestosos renacuajos ─nunca había visto a Virgi tan enfadado. Estuve orgulloso de él.
Aquella situación había sacado de sus casillas a mi hijo, que no se movió ni un milímetro cuando el padre, que al ponerse de pie le llegaba un poco más abajo del hombro, se le puso frente a frente mirándole a los ojos con una ira demencial.
─¿Qué acabas de decir? ─la amenaza de su voz era tan fácil de leer como puede serlo un libro de Teo.
─He dicho que quizá debería darle un par de consejos, porque aquí las únicas personas que no se están comportando como seres humano decentes son usted y estos 3 apestosos renacuajos ─otra cosa no, pero servicial y educado mi hijo era un rato.
El pequeño hombre, calvo, regordete y vestido con un traje gastado pero caro, echó un puño hacia atrás y, antes de que su golpe se volviera certero, Virgilio cerró los ojos y se concentró en una de sus últimas técnicas: detener el tiempo.
La idea de conseguir controlar ese poder le vino tras ver una reposición de la serie Bola de Dragón, en la que un villano enano, verde, feo y con 4 ojos, podía parar el tiempo con solo dejar de respirar. Le tuvo una envidia tremenda, y se puso como reto conseguirlo pero sin el engorro de las prisas por la falta de aire. Y lo logró. Al abrir los ojos toda la humanidad se había detenido como si se tratase de un cuadro en el que Virgi tenía vía libre para hacer lo que quisiera; y vaya si lo hizo.
Debido a que el mundo entero se había convertido en algo inanimado y estático, tanto los líquidos como los gases eran simples objetos con su peso idéntico, pero sin su temperatura y propiedades activadas, así que mi hijo podía coger, por ejemplo, el aceite de la freidora y darle forma como si se tratase de plastilina color brillante; y fue lo que hizo. Cuando ya tenía una enorme serpiente de aceite, su atención se centró en un globo de Pocoyo con el que un niño pequeño, en una de las mesas de la terraza, jugaba. Perfecto, pensó. El globo seguía flotando, y lo siguió haciendo cuando Virgi lo abrió e introdujo la serpiente de aceite con mucho cuidado de no romperlo, convirtiendo aquel simpático personaje en una bomba de relojería. Después solo le quedó colocarlo donde él estaba en el momento en que el hombre echó el puño hacia atrás y, debajo del globo, a los tres hijos de la familia que, incluso inamovibles, seguían siendo odiosos.
Cuando el mundo volvió a su estado normal, el puño se encontró el globo en el momento en que el aceite lo reventó, derramando el caliente y letal líquido sobre los pequeños monstruos que, con las bocas abiertas, recibieron el regalo de mi hijo.
El parte médico fue claro; quemaduras en el 90% del cuerpo del 75% de los niños.
Nadie del restaurante entendió qué había pasado, pero como siempre pasa en la vida, cuando es alguien odioso el que recibe su merecido a la gente no le interesan las preguntas del tipo ¿por qué?, o ¿cómo?, sino que directamente pasan al "Se lo merecía", y con esa alegría continúan con sus vidas.
Y aquella vez, como era de esperar, así fue.