Una Boda
El problema de crecer y comenzar a madurar es que, sin excepción, nuestros secretos y errores acaban llegando al resto del mundo, y este no sabe estarse callado ni disimular; y menos si es una buena historia.
─¿Cómo hiciste eso del globo?
Virgi se había muy mal acostumbrado a llevar a cabo sus poderes sin ningún control ni disimulo y, claro, todo lo que al ser humano le falta de inteligencia lo tiene de curiosidad, y no tardó mucho uno de sus empleados en adivinar que 2 más 2 eran 4.
─¿A qué te refieres, Pedro?
─A lo del otro día de los niños quemados. Aquel hombre iba a darte una hostia y, en un segundo, apareciste detrás del mostrador y en tu lugar había un globo de Pocoyo lleno de aceite hirviendo. Sé que nadie se estaba fijando mucho en ti, pero ya sabes que yo no soy como todos los demás.
Y tanto que no lo era.
El tal Pedro era un buen trabajador, atento, lean, con una larga melena negra como el trasero de un cuervo y una perilla pintada de rojo y negro que ataba con una goma en el trabajo, por eso de la higiene. Ambos habían congeniado muy bien debido a que Pedro era un jebi de los que oían música catalogada como Satánica, de esa que nadie entiende lo que dice el cantante y que no es la indicada para escuchar en un día de resaca (y, ya que me pongo sincero, no se acerca ni al forro de los cojones con los alaridos de los torturados en el infierno… así que muy satánica, la verdad, es que no es), y eso hizo que sus temas de conversación se centrases en torturas, muertes violentas, noticias de desastres naturales y cockers spaniels (una raza de perro que a ambos, por extraño que parezca, les gustaba mucho). La amistad era extraña porque no salía del restaurante, no había ningún motivo para que así fuera, hasta que Pedro se acercó a Virgilio ese día, le hizo un tercer grado y, para rematar y le preguntó sin titubear.
─¿Te gustaría venir a mi boda? ─Si ya es raro invitar solamente por admiración a una boda a alguien que apenas conoces (no sé qué clase de enfermo mental sería capaz de hacerlo), la cosa se complicaba, porque Pedro lo hacía también por un motivo perverso y oscuro, casi tanto como lo era su amistad. ─, es que sé que tienes poderes, poderes infernales, y sería la hostia que en mi boda pasara algo como lo del otro día del globo, ¿sabes? ¡Sería la polla!
En eso mi hijo no tuvo nada que decir, porque una cosa es que estuviera algo loco, pero estaba por completo de su parte.
─Por supuesto que iré ─dijo, después sonrió, y más tarde en su despacho buscó los detalles del rito religioso por el que Pedro le dijo que se iba a casar: el judío.
Mi hijo, debido al sistema educativo que le tocó vivir (una especie de desecho de la antiguamente llamada ESO) lo único que sabía de ese pueblo era lo que había visto en las películas y series, que la mayoría de veces no eran más que parodias y exageraciones de lo que es esta milenaria cultura. También le sonaba algo de que los alemanes los habían casi exterminado a todos, y algo de once Oscars, pero aparte de eso nada de nada. Eso colocó a mi hijo en una encrucijada muy distinta a las que estaba acostumbrado, porque en primer lugar Pedro le caía relativamente bien, y por lo tanto quería hacerle un buen regalo de bodas, pero por otra no podía ocultar sus instintos asesinos y castigadores (tampoco quería), así que decidió que llegado el momento se dejaría llevar por lo que su amigo le insinuase y, a partir de ahí, pura y dura improvisación.
Cuando llegó el día Virgi decidió llegar de los primeros a la dirección, que resultó ser una casa rural con unos adornos extraños colocados por todo el patio, para así empezar a catalogar, para su posterior estudio, a todo el que no conociera; es decir, a todos. Los primeros en llegar fueron unos resacosos amigos del novio, melenudos como él excepto un par de personajes con crestas de colores y botas militares que, extrañamente, conjuntaban bien con los trajes. No dejaban de hacer ruido y de hablar a voces mientras decían Putos jebis y les contestaban con Punkis guarros y, así, pasó entretenido la primera media hora, haciéndose amigo de aquellos chavales, más o menos de su edad, cuyo respeto por las normal le hizo entrever una fiesta mucho más animada de lo que había imaginado en un principio. Después llegó gente más mayor y seria: tíos, tías, abuelos, amigos de los padres, amigos de los suegros, etc, etc. Gente aburrida y estirada que por el simple hecho de que aquello se trataba de una boda les obligaba a comportarse de un modo diferente al que, supo al poder leer sus metes, deseaban.
¡Ah!, perdón, ¿no lo he comentado?
Uno de los poderes que Virgilio más empezaba a utilizar a pleno rendimiento era el de leer la mente de las personas y animales, poder que debo enorgullecerme de haberle otorgado sin ningún tipo de disimulo, porque si Dios y sus ángeles pueden hacerlo para sus juicios, ¿por qué no mi hijo, el heredero del Infierno? Vamos, a mí me pareció algo del todo lógico. Así que ahí estaba Virgi, tomando nota de lo que los adultos deseaban, que se parecía mucho a lo que los jóvenes decían en voz alta; es curiosa la madurez humana.
En un momento dado alguien dijo <Es la hora>, y la marabunta de gente, con mi hijo a arrastras, se colocaron en sus sitios.
Lo que ocurrió después, antes de lo que se catalogó en las noticias como <La boda judía más extraña de la historia>, fueron toda una serie de rituales que Virgi no entendió pero que decidió no juzgar, en los que se rompían platos, se levantaban velos, alguien cantaba, después pisaron vasos, y así sin parar hasta que llegó un momento en que mi hijo no sabía si estaba en un compromiso matrimonial o en una gincama. Pedro parecía muy contento, y la novia estaba preciosa, pero la seriedad de algunos invitados y la fiesta privada de los más jóvenes le daba a todo un aura extraña y muy poco cómoda. Virgi lo olió, los demás solo lo sabían.
Usando su poder de leer mentes, comenzó a escudriñar los bajos instintos y deseos de todos los que allí le rodeaban, y cuando se dio cuenta de que muy pocos de ellos estaban disfrutando, y que la gran mayoría pensaban en lo que mueve al ser humano (el sexo) por simple aburrimiento, decidió tomar las riendas de la situación, como Pedro le había pedido, y empezó a enviar mensajes a todo el mundo.
Y allá vamos.
Lo primero que pasó fue que la novia, una pelirroja vestida con un elegante, clásico y aburrido traje blanco, dejó caer el ramo al suelo, y como un disparo que anuncia el inicio de la carrera todos los presentes se pusieron tensos al empezar a comprender el demonio que nacía en su interior. El primero que actuó fue Pedro, que se giró hacia donde estábamos todos y comenzó a buscar a alguien entre el exaltado gentío; y dio con ella. Una mujer de al menos 60 años se puso de pie y comenzó a gritar cosas como <Te llevo deseando toda la vida>, a lo que Pedro contestó con un <Y yo a ti, mamá>, y como una mala película de domingo por la tarde en Telecinco comenzaron a acercarse el uno al otro, apartando a manotazos a todos los que les impedían el paso y que, en lugar de enfadarse, aprovechaban ese impulso para agarrarse a la primera persona que se les pusiera a tiro y comenzar a desnudarla con una energía característica de los vikingos. Cuando Pedro alcanzó a su madre lo primero que hizo fue sacarle sus arrugados pechos del vestido y a lamer con euforia sus pezones como, antaño, hizo para alimentarse, a sabiendas de que en esa ocasión sería su madre la que tragaría leche, y no él. Y mientras esa rama familiar se daba amor de un modo muy poco recomendable en público (con azotes, pellizcos, insultos y penetraciones salvajemente amorosas), al otro lado de la sala la novia se había agachado y llamaba a todos sus primos y amigos varones, con la intención de realizarles un bukkakke, al que también se unieron los ancianos, padres, tíos y hermanos de ambas partes, creando un corro de al menos 40 personas que, sin llegar a ser el record mundial en esta modalidad, sí consiguieron que la blancura del vestido de novia se trasladara a la cara, el pelo, el esófago y, en el futuro, sus heces y que, sin dejar de sonreír, no dejó de masturbar y engullir los penes exentos de prepucios a todo el que se pusiera a tiro sin hacerle ascos a nadie, ni siquiera por su edad. El resto de invitados, al verse excluidos del bukkakke y la pequeña orgía que Pedro y su madre habían iniciado y a la que se unieron los de hermanos y hermanas de ambos, empezaron a inventar juegos sexuales a cual más perverso e imposible, empezando por un Twister donde en lugar de puntos de colores había botellas abiertas que una vez introducidas en el agujero oportuno creaban un vacío delicioso, pasando por juego de chupitos con la mezcla de la regla de una de las primas por parte del novio y babas del bisabuelo por parte materna de la novia, lanzamiento de bebes a candelabros con velas encendidas, o el famoso "Ponle el rabo al burro", que mutó a un "Chúpale la polla al rabino"; con diferencia el mejor juego de la noche, sobre todo para el rabino que, llevado por la excitación, agarró con tanta fuerza sus peots que se los arrancó.
Virgilio observaba desde la barrera el espectáculo, sin siquiera masturbarse porque, como había leído en alguna parte, lo bueno de hacer un regalo es disfrutar del disfrute del que lo recibe, y en ese aspecto estuvo muy orgulloso; solo había que ver la cara de Pedro cuando, al cabo de 35 minutos, eyaculo sobre su madre.
A veces, una boda puede ser mágica.