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Reunión Familiar

Aunque siempre me he caracterizado por ser una imagen odiosa, digna de la peor de las pesadillas que podáis imaginar, a veces le da por latir a mi corazón y me dedico a hacer cosas más o menos humanas.

Y que nadie se ría, porque me cuesta muy poco destrozaros la existencia con la misma energía que uso normalmente para rascarme las pelotas. ¿Sí?

Una de las cosas que suelo hacer es bajar a la Tierra y comportarme como una persona normal, cambiando de forma y viviendo entre vosotros sin que nadie lo sepa y por puro ocio. La idea la saqué de la película Dogma, una de esas comedias que en realidad están basadas en hechos reales, pero que se ocultan para que vosotros, pobres homo sapiens, no sufráis más de lo debido con vuestra extraña existencia. El caso es que muchas de las veces que bajo a vuestro insufrible mundo me dedico a quedar con algún amigo (sacerdotes satánicos, curas pederastas, niños asesinos, madres que dejan que sus hijos vean Sálvame Deluxe de madrugada; este tipo de escoria), pero aquella vez decidí ver al mejor de mis vástagos.

Virgilio Delfín.

Por supuesto no le avisé de nada, porque de ser así hubiese sido fácil que los de arriba tratasen de invadir el infierno, porque una cosa es que nos manden a la “escoria” de la humanidad, y otra muy distinta, y que no reconocen por principios, que se mueran de ganas de unirse a nosotros en las fiestas que organizamos casi cada día a cualquier hora. Eso les reconcome, además de que las mayores y más divertidas celebridades están con nosotros, desde cantantes que se maquillan de payaso y cantan punk, a escritores locos que no se censuran ni aunque los amenacen. Así que, como decía, en esa ocasión me acerqué con calma al restaurante de mi hijo y, tras esperar unos 10 minutos, tuve delante de mí a un rollizo y grasiento chaval que, con una sonrisa de felicidad no fingida, me preguntó que quería.

─Ver a tu superior en poder e inteligencia.

─¿Es usted pariente del señor Delfín? ─no perdió su sonrisa en ningún momento ─, habla igual y se dirige a nosotros del mismo modo, ya sabe, con esa falta de respeto tan adorable.

─Inmunda criatura ─no subí el volumen de mi voz, pero si la intensidad de cada palabra ─, ¿está tú inmediato superior?

─Un segundo ─se giró y atravesó una puerta mientras gritaba ─, ¡Virgi!, ¡creo que está aquí tú padre!

Joder… empezaba bien mi visita…

Le di otro trago a la botella del brebaje que me mantiene en este mundo, algo así como un ancla espiritual, y la guardé antes de que nadie me viera. Es un líquido milenario, único, cuyas últimas y escasas existencias aparecieron hace siglos en el fondo de una almacén que convertí en cenizas para poder quedarme con las 113 botellas que quedaban. Di otro trago.

─¿Qué desea? ─la calidez de la voz y el tono neutro que utilizó conmigo, en lugar de ofenderme, me hizo sentir orgulloso una vez más. Era el hijo de un dios, pero se podía hacer pasar sin ningún problema por un simple humano educado y sin amor propio. La imitación perfecta.

─Que hablemos ─señalé una mesa que estaba en una esquina y sin nadie alrededor ─, allí y ahora.

Lo ordené para que no me tomara por un amigo. Mi plan no era decirle que era su padre así, de golpe, sino tratar de que lo adivinara, o sino (cosa muy difícil, porque a esas alturas tenía los huevos muy pelados en este tipo de temas) pillarle en bragas, que soléis decir. Pero en seguida, con la forma en que me sonrió y me hizo caso, sin decir nada y guiñándome con la mano, me quedó claro que no solo sabía quién era, sino que además estaba feliz de que así fuera.

Nos sentamos uno en frente del otro, y permanecimos unos 10 segundos mirándonos fijamente, sin decir nada, hasta que él decidió mover ficha.

─¿Qué haces aquí?

─¿Sabes quién soy?

─Sí, o al menos eso creo… ─la seguridad invadía su mirada como la sangre en una piscina llena de pirañas a las que les has echado una jabalí entero ─eres mi padre, ¿verdad?

─¿Cómo lo sabes? ─saqué la botella de nuevo, bebí un nuevo trago y la dejé en la mesa. Llegados a ese punto no me importó que todos la vieran, pues nadie iba a saber qué era ni porqué la bebía. Pero Virgi giró un poco la cabeza y leyó la etiqueta.

─¿Vinagre de Mordor? ─arqueó las cejas sin saber que pensar ─, ¿qué mierda es esto?

No quise darle una bofetada porque no quise empezar de mal pie aquella charla, así que solamente le expliqué con toda la calma que aquel agravio me dejó que ese brebaje, ese líquido celestial, era lo único que podía mantener a un demonio o ente del mal en la Tierra. Esa cerveza, creada para la monumental banda de heavy metal español El Reno Renardo, se había agotado hacía años, debido principalmente a que su sabor intenso había logrado que todos los “jebis” que se enorgullecieran de serlo la bebieran en cantidades industriales. Pero yo tenía una remesa a buen recaudo; por algo soy Satanás.

─¿Y por qué has venido a verme? ─ese día estaba preguntón.

─Para verte ─contesté con rapidez para terminar con su batería de oregntas y empezar con la mía.

─¿Y para qué quieres verme? ─era veloz, inteligente y hábil, pero no tanto como podía serlo yo.

─Para que tengas una Merienda Cena Con Satán ─eso lo descolocó, pues no conocía uno de los mejores discos de los Reno Renardo, así que aproveché su silencio y comencé mi interrogatorio. ─. Aún no me has dicho cómo sabes quién soy.

─Tienes ese… aura. La he visto mucho en todos los pecadores que hay en la Tierra, pero la tuya, igual que la mía, es mucho más intensa y pura, sin fisuras ni adornos; eres el mal en persona.

─Sí ─no podía esperar más ─, yo soy tu padre.

─¿Por qué has puesto esa voz tan grave?

─Nada ─me sonrojé, pero creo que no lo notó ─, cosas mías.

Aunque en un principio mi plan era que me hiciera un informe de sus últimos años en el planeta, para saber si comprendía verdaderamente el significado de su existencia y lo que esperaba de él, poco a poco la conversación derivó en gustos, fobias, principios por los cuales destruimos vidas humanas y, sobre todo, sexo.

─Entonces por eso mi esperma puede atravesar una pared, ¿no?

─Pues me temo que sí, una de las claves de tu vida es que no puedas reproducirte humanamente, por ejemplo lo de los sellos no lo supe prever, pero esos engendros que nacieron no son mucho más importantes que lo que expulso cada mañana cuando estornudo.

─Entiendo ─se le notaba molesto, y supe por qué.

─Pero no te preocupes, porque cuando vuelvas a casa conmigo podrás hacer lo mismo que yo, y preñar a todas las humanas que quieras. Ya te enseñaré como.

─¿Pero cómo puedo hacer para no matar a las mujeres que tenga la suerte de acostarse conmigo?

─Pues ─era adolescente y, claro, el sexo era todo lo que le importaba. ─, apunta a una pared, a poder ser de hormigón, y ya está. Por lo demás puedes hacer lo que quieras con quien te apetezca, hijo. ─lo de “hijo” se me escapó con un tono muy paternal. No pude evitarlo.

─Vale ─vaciló un poco, pero finalmente lo hizo ─, padre.

Se produjo un silencio extraño, supongo que el mismo que describen las novelas románticas o los dramas, y los dos supimos lo que teníamos que hacer si no queríamos que aquello nos devorara.

─Entonces te vas ya, ¿no? ─dijo Virgi.

─¡Claro! ─contesté yo.

El apretón de manos fue intenso, noté como ninguno de los dos queríamos que acabara, y al soltarnos pequeñas columnas de humo infernal nacieron de las palmas de nuestras manos.

Yo volví al infierno y mi hijo, bueno, podría decirse que mis consejos sobre las paredes con hormigón y el sexo no fueron, a decir verdad, escuchados con atención…


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