Nuevos Amigos
Si para algo sirven los hijos en vuestro planeta, además de para encerrar a sus padres en asilos o preocuparles durante las noches de los sábados, es para poner a prueba la resistencia y las ganas de querer educar de aquellos que les dieron la vida. Siempre pensé que en cuanto nacían empezaba lo fácil, ya sabéis, darles de comer, limpiarlos, dormir poco, pero a medida que crecen acabas pillándoles cariño (ese que de pequeños no les tienes porque, reconozcámoslo, tenemos ganas de que parezca que estén muertos para poder descansar) y tiendes a estar encima de ellos tratando de que no la caguen igual que tú a su edad.
Que si ese chico/a no te conviene, que si así no se hace, que si esa droga no se toma de esa manera, y un millón de ejemplos podría dar, pero estoy aquí para hablaros, como no, de una vez muy concreta en la que Virgi no tomo en serio mis consejos y, de nuevo, volvió a cagarla. Esa vez llegó demasiado lejos y, al final, tuve que echarle una mano destruyendo las pruebas, pero supongo que es lo que hacen los padres a veces, ¿no?, porque eso no es mimar demasiado ni impedir que ellos solos aprendan la lección; o al menos nunca lo he visto así.
El caso es que cuando en su pizzería, el día que fui a verle, hablamos sobre el poder destructor de su esperma parece que mi hijo estaba pensando en otras cosas y no me tomo en serio. Y mira que se lo dejé claro: <<apunta a una pared, a poder ser de hormigón, y ya está>>, pero nada, prefirió dejarse llevar, y así claro… ¿qué iba a pasar?
Una de las cosas que nadie puede controlar cuando tiene hijos son los amigos que acabarán teniendo, no importa la música que le pongas o las películas que insistas en que sean sus favoritas, al final optarán por lo que les salga de los huevos y tú, como padre, tendrás que tragar, asentir, y callar. Lo sé porque cuando, a través de un compañero de trabajo, vi las personas con las que Virgi pasaba las tardes libres o los fines de semana, joder, me rompió el corazón, porque viniendo de donde venía y con el mal que corría por sus venas, no comprendí qué hacía yendo por ahí con un atajo de hippies amantes de los animales y de comer vegetales. Y lo peor no eran los temas de conversación sobre lo bueno que era ser vegano o lo importante que eran los montes y la atmosfera, lo peor fue que mi hijo les siguió el juego y empezó a vestir ropa biodegradable o fabricada con materiales 100% vegetales, porque dios no quiera que un animal sufriera para poder tener un cinturón en condiciones. Pero cuando empecé a darme cuenta el modo en que Virgi observaba y le seguía el juego a una tal Carolina entendí por dónde iban los tiros y, entonces, me relajé. El heredero del trono del Inframundo no había antepuesto el bienestar del planeta Tierra y los estúpidos animales que lo habitan por ideología, sino más bien llevado por la tensión que el pantalón de algodón orgánico tenía al chocar con su erecto pene. Estaba tan estúpidamente enamorado de una mortal, que además comía cosas que sabían a corcho y a barro, que me pareció hasta gracioso, porque habíamos imitado, sin intención, el mismo error que cometió Jesús: enamorarse de una mujer de la mala vida, aunque, bueno, todavía no sabía que su Carolina lo era. Todavía al menos, no.
Iban a chorradas como manifestaciones pacíficas, a laboratorios de investigación animal donde se disfrazaban de ratones ensangrentados, o a restaurantes que compraban su materia prima en mataderos, que ellos catalogaban como Torturadores, y a todas esas memeces Virgi asistía y la liaba como el que más, buscando la aceptación y las miradas coquetas de su amada. Hasta que, finalmente, le invitaron a una de sus reuniones semanales, un gran paso para poder formar parte oficialmente de la organización (eso decían).
Entonces se desató la locura.
Al llegar al local donde se reunían, que era el sótano de un restaurante vegano donde trabajaba el hermano de uno de los miembros principales, mi hijo empezó a oler cosas muy interesantes y que, al momento, le auguraron una muy buena noche. La atmósfera era una mezcla de olores entre sudor, semen derramado y fluidos vaginales, y se repartían por todos lados, desde paredes hasta suelos, esquinas, sin olvidarnos de techos, patas de las mesas o, incluso, puertas por ambos lados. Estaba claro que aquellas reuniones eran una excusa para organizar orgías rituales para auto-convencerse aún más de lo unidos que estaban con la madre tierra y lo que se parecían a los animales que tanto protegían. Y Virgi no dejaba de babear.
Después de un breve discurso de introducción (que si eran los salvadores del mundo, la sociedad era tonta y los animales sus amigos, y todo eso tipo de cosas sacadas de panfletos de GreenPeace) alguien dijo “Amaros, hermanos, y fusionaros con la Tierra”, y mi hijo noto la primera mano en su paquete.
Supe incluso antes de que pasara que aquello iba a acabar mal.
Aparte de que las hormonas de mi hijo estaban descontroladas, lo que más me preocupó fue que allí no hacían distinción de sexo, daba igual con quién follaras, y no lo digo por ningún odio extraño por los homosexuales (en el infierno tengo a muchos de ellos y nos lo pasamos todos increíblemente bien juntos) sino porque si mi hijo acababa cagándola y eyaculando sin distinción iba a haber muchísimas más víctimas, y aquello acabaría siendo etiquetado como lo que no era: una matanza en contra de los ecologistas, convirtiéndose así en mártires.
Pero entrando en materia, porque estoy seguro de que es lo que realmente queréis leer, cuando Virgi se vio rodeado por primera vez de tantos pechos, penes, culos, lenguas y manos nerviosas y excitadas, lo primero que hizo fue buscar a su amada entre la marea de cuerpos que iban de un lado al otro buscando donde engancharse a algo húmedo. Pero por desgracia no la vio a simple vista, así que en su pequeño paseo empezó a sentir como un gran número de manos, e incluso pies, comenzaban a jugar con su, y no lo digo por orgullo paterno sino por ser fiel a la realidad, monstruoso pene de 20 centímetros ¡en reposo! De verdad que nunca he sabido de donde lo sacó… Y cuando se corrió (lo sé, muy mala expresión) la voz del arma que tenía Virgi, fueron muchos más los que se unieron al magreo en cadena, que mutó a un bukkakke en fila india para que todos tuvieran su turno de besar aquel milagro de la naturaleza, y acabó en un trenecito donde mi hijo era el vagón final todas las veces que había cambio de turno. Llegué a contar hasta 250 penetraciones en culos, bocas y vaginas, todas perpetradas por mi hijo que, como un campeón, aguantó su eyaculación. Pero no lo hacía por demostrar que era una máquina sexual, ni siquiera porque cuando su miembro se puso completamente erecto (unos 30 cm más o menos, ríete tú de Rasputín) su cabeza ya no funcionaba como debía ser, el verdadero motivo era porque quería que la eyaculación cayera sobre los labios de su amada Carolina, para demostrarle su eterno amor y su inmensa devoción.
Y llegó el momento.
De toda la fila que iba avanzando para chupársela, dejarse follar, o tratar de correrse con ese pedazo de carne dentro, se distinguía una cabeza que sonreía con orgullo y pasión, como si supiera exactamente que el regalo final era suyo y solo suyo. Virgi también la vio, y contó unas 10 personas antes de llegar a ella, así que empleó a fondo con todas ellas para que le dejaran libre antes de tiempo, agarrándolas del pelo cuando le lamían, empujando con fuerza en sus vaginas o partiendo sin piedad anos no acostumbrados a su fuerza, y entonces llegó.
─Hola, Virgilio.
─Hola, Carolina.
Esto fue todo lo que hablaron, pues ella se arrodilló con mucha elegancia y se introdujo el bestial glande de mi hijo en la boca, con bastante esfuerzo pero inmensas ganas, lo que hizo que el orgullo de lamer tan inimaginable polla durara apenas 5 segundos; el mismo tiempo que le quedaba de vida.
Cuando Virgi llegó a un orgasmo que llevaba aguantando cerca de 2 horas, la fuerza desproporcionada de su esmegma salió de la punta de su pene y, sin frenar, llegó hasta la pared norte del sótano, atravesando vientres, amputando brazos y piernas y, en primer lugar, taladrando el cráneo de Carolina como un bazoka. Ella permaneció colgando de la caliente polla de mi hijo durante un buen rato, el mismo que Virgi trataba de apuntar hacia un lado sin civiles con poco acierto, ya que cada vez que giraba en una dirección su monumental chorro, que no tenía pinta de acabar de escupir en un buen rato, seccionaba todo lo que se cruzaba en su paso, incluyendo biombos, sillas, mesas, y los colchones colocados en las paredes para poder hacerlo contra ellas sin miedo a heridas por el gotelé de la pared. Era como si una infinita katana estuviera dándose un paseo por aquel lugar mientras cortaba cualquier cosa que se atreviera a interponerse en su camino. Virgi trataba de acabar con aquello, pero cuando intentaba agarrar su pene se topaba con la cabeza de Carolina que, igual que un anillo en un dedo, se había incrustado y pegado en la base de la polla de mi hijo debido al semen seco que había topado con ella hacia al menos 5 minutos.
La pesadilla duró unas 3 horas, de las cuales solo salió vivo mi hijo, que espero la última hora sentado en una silla, con Carolina haciéndole compañía, apuntando con su chorro al techo. Después de asegurarse de que su semilla había acabado de salir, se vistió y observó con calma el panorama que iba a dejar detrás de él; una alfombra de cuerpos destrozados y empapados en un gelatinoso líquido que a punto estuvo de hacerle resbalar al salir de allí. Por suerte, al llegar a la calle, descubrió que todavía era de noche, así que con mucho disimulo, e ignorando el sonido de sus suelas con la acera (el característico ñiec ñiec de la goma húmeda contra el cemento), mi hijo abandonó a ese primer grupo de amigos y a su único amor hasta la fecha.
Es difícil no ser un solitario naciendo de las entrañas de Lucifer, pero duele más cuando la causa es que la potencia de tu esperma puede partir en dos a una persona como si fuera mantequilla.