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VirgiNavidad

Los devotos de Virgi vivían en una casa okupa propiedad del adinerado padre de uno de los miembros, que había abandonado su hogar porque descubrió que la felicidad no la daba el dinero. Así que cogió su maleta de D&G, sus bambas AIR JORDAN, sus camisetas de los RAMONES con etiqueta del ZARA, y 3.000 euros en billetes de 20 y salió a buscarse la vida; encontrándola en aquel almacén de fabricación de papel que su padre llevó a la quiebra para que su hijo pudiese dormir bajo un techo.

Aquel lugar tenía de todo, desde un jacuzzi a varias habitaciones destinadas al ocio, con futbolines, televisiones de plasma, todas las consolas habidas y por haber y, sobre todo, una monstruosa biblioteca con los clásicos más imperdibles, como Moby Dick o la biografía de Chenoa. Pero, como era lógico, tanto lujo no era del agrado de mi hijo porque si iba a destruir la humanidad y, por supuesto, hablaría de él la prensa, no quería que las fotos que le tomaran en el momento de la detención fuesen entre tantos trastos inútiles y con esas horrorosas cortinas de Agatha Ruiz de la Prada.

─Hermanos ─comenzó a decir después de la cena y subiéndose a la mesa tras apartar los cuencos de angulas y foia. ─, esto que estamos haciendo, esta forma de vivir, no es digna de nosotros.

Las miradas de vergüenza comenzaron a ser intercambiadas, con razón.

─¿Y por qué, señor? ─preguntó el hijo del dueño del almacén.

─Pues porque no necesitamos nada de esto para conquistar el mundo, ni siquiera para poder disfrutar de una cena. Yo puedo proporcionaros lo que querías, todo lo que necesitéis, y de este modo no viviremos entre tantas comodidades banales y falsas.

─¿Lo que queramos? ─preguntó tímidamente una chica pelirroja levantando la mano.

─¿Qué deseas, hermana mía?

─Pues… ─se rascó la barbilla, con vergüenza, y cuando estaba a punto de decir algo otro chico se puso de pie y la interrumpió.

─¡Que vuelva Messi!

Aquello hizo que muchas risas y conversaciones se iniciasen, todas alegres, todas felicitando al chico, mientras la pobre pelirroja solo pudo susurrar su deseo, que murió entre los gritos de los demás.

─Que la academia española lleve una película que valga la pena a los Oscars, y no mierda sentimental y sin sentido. ─y calló tras ese suave hilo de voz.

─¿Quién es ese Messi? ─mi hijo no sabía nada de futbol; quizá por eso era feliz.

Le explicaron que era un jugador que había muerto hacía muchos años, durante la primera guerra civil del balompié que enfrento a los partidarios de que Cristiano Ronaldo era el mejor y los que creían que lo era Messi. Aquella batalla absurda y que baño las calles de sangre duró apenas 15 días, que fue lo que tardo en morir ambos futbolistas debido a una intoxicación alimenticia por unas ostras en mal estado que comieron en la Bahamas, donde descansaban mientras todo aquello sucedía.

─Entonces, queréis que vuelva este individuo, ¿no? Nada de El Mal en la Tierra ni de azufre en las calles, solo que ese iletrado vuelva a la vida.

─Así quizá volvamos a tener un equipo decente y subamos de tercera regional. Es vergonzoso jugar partidos en el campo de los alevines y observar como el Camp Nou solo sirve para organizar batallas de perros…

─No te olvides de las orgías con animales de granja del fondo norte ─le recordó un amigo a su lado.

─Bueno… eso sí lo echaremos de menos… pero lo otro es mejor, ¿no?

─Bueno ─comenzó a decir Virgi con perplejidad ─, os concederé este deseo, pero después escuchadme porque llevo unos días con una idea para estas fechas tan señaladas que están por venir.

Todos aplaudieron, eufóricos, y Virgilio Delfín le devolvió la vida al tal Messi con la seguridad de que sus hermanos eran unos tontos del culo.

Lo que nadie supo, pues pasó al cabo de unos meses, es que Messi fichó por el Madrid al ver que su amado equipo era el hazmerreír de la FIFA, lo que desencadeno en la segunda guerra civil del balompié iniciada cuando, en una encerrona perpetrada por TV3, Messi salió al campo en un clásico contra su anterior club y, en lugar de un paseíllo, se encontró en medio de un grupo de ultras que lo reventaron a patadas y garrotazos mientras cantaban Els Segadors. Messi volvió a morir, y la anormalidad supina dentro del futbol, y especialmente en los ultras del Barça, siguió su curso.

─¡Bien! ─alabaron al unísono todos sus fieles.

─Ahora, silencio… y escuchadme.

Como era de esperar, mi hijo tenía un odio sobrenatural y del todo justificado por la Navidad, una de las fechas más patéticamente estivales de la historia de la humanidad, además de porque tenía cierta envidia del llamado Niño Jesús. Así que había planeado un golpe maestro dirigido hacía la masa feliz y derrochadora, amante de las ofertas y los regalos, que los colocaría en su sitio de por vida.

Lo primero que hizo fue organizar a sus fieles, asignándoles diferentes tareas que, por separado, no significaban mucho, pero unidas le darían por el culo a la Navidad. Por ejemplo, algunos se dedicaron a buscar trabajo en fábricas de turrón, otros en chatarrerías y lampisterías, y las fieles más afortunadas tuvieron el enorme placer de construir un bunker de acero, dentro del cual se dedicarían a masturbar hora tras hora a mi hijo y recolectar su semen.

─No debe perderse ni una gota.

─Shí ─le contestaban con la boca llena, o devoradas por los orgasmos.

─Pero recordad, nada de quedaros un poco para vosotras; moriríais…

─¡Síííííííííí! ─esta última murió al instante, pulverizada, porque no supo apartarse a tiempo. Sirvió de ejemplo para las demás.

Cuando varias toneladas de la esencia de mi hijo fueron almacenadas en cientos de camiones hormigoneras, comenzó la fase de Reasignación, en la que, de noche, se procedía a depositarlos en las fábricas y almacenes donde acumulaban todo lo que mi hijo les ordenó fabricar a sus hermanos. Era un plan sencillo, tanto como llenar un globo de agua, con la única diferencia de que si ese globo se reventaba posiblemente sería el fin de la humanidad.

Pero eso no era lo que Virgi quería; él quería mandar un mensaje. Y vaya si lo hizo.

Una semana antes de Navidad, posiblemente en la fecha en la que más compras de última hora se hacen, salió a la calle en forma de obsequio gratuito una gran cantidad de alimentos y objetos fabricados con la semilla de mi hijo como ingrediente principal y, como es obvio, a la humanidad le faltó tiempo para saltar. Estoy recordando que una vez, charlando con Dios, me comentó que debería haberle aconsejado a Jesús que regalara panes o peces cada vez que daba una de sus charlas, pero al parecer no le entendió del todo bien y se limitó a hacerlo una sola vez. Una lástima para él, porque para mi orgullo en este caso Virgi demostró ser superior intelectualmente, e infinitamente más poderoso.

─Hermanos ─dijo mi hijo en la cena de Noche Buena que organizaron para festejar lo que ocurriría entre esa misma noche y durante el día de Navidad. ─, nuestro primer aviso al mundo, nuestra primera muestra de poder, está a punto de hacerse realidad ─en la pausa, que colocó estratégicamente aquí, todo comenzaron a gritar como locos, a dar gracias por la existencia de su líder. El techo casi se vino abajo por los decibelios acumulados. ─. Brindemos por el fin de la seguridad global.

Todos brindaron, y rieron, y se fueron a dormir ansiosos por el nuevo paso que estaban a punto de dar.

Lo primero que todos los periódicos y telenoticias se aventuraron a detallar es que, inexplicablemente, los afectados no sabían explicar que les llevó a usar o ab comerse lo que claramente los había llevado al hospital. Todos coincidían en que algo, no sabían el qué, les animaba a meterse en la boca esos turrones de colores extrañamente diluidos que aparecieron en sus mesas, y también que, sin darse cuenta, sus anos y vaginas les dieron hogar a los consoladores que habían encontrado dentro de extraños paquetes y que nadie sabía su procedencia. Lo turrones, como es lógico, habían tomado un color apagado y lechoso, algo así como chocolate blanco sin derretir del todo, y el aroma y las textura pegajosa y correosa que notaban en los dedos al cogerlos les animaba, como dijo un hombre, “A metérnoslos en la boca; era como un intento de supervivencia que me decía “Cómeteleo”. Y, bueno, estaba delicioso”. Lo que ninguno recordaba, tras despertar en las camillas de hospital, era que habían caído en un coma muy profundo en el que pronunciaban cosas en latín y esperanto que, claro, nadie entendió.

La otra clave del plan maestro de mi hijo fueron los consoladores, con forma de la Virgen María y del Niño Jesús, de 5 velocidades y con lubricación constante saliendo de un pequeño orificio en la punta. Por supuesto nadie tuvo la idea de probar el gelatinoso líquido, porque de ser así habrían notado el salado del semen de mi hijo junto con el de la vaselina número uno del mercado, cuya mezcla tenía un olor equilibrado y excitante que al llegar a las fosas nasales obligaba a su propietario a poseerlo del único modo que se puede poseerse un consolador: por el primer orificio que se pille. Los orgasmos fueron numerosos y, del mismo modo que el turrón, los llevaba a un coma del que saldrían al cabo de 6 días. Ese tiempo, exactamente ese, era la clave y lo que le daba el tiempo preciso a mi hijo para concentrarse y entrar en cada uno de los afectados mediante un nuevo poder que pulió en prisión en sus ratos libres: la posesión grupal.

Todos despertaron de sus profundos sueños con los anos y vaginas y estómagos intactos, aunque con algo de ardor, pero lo importante no era eso, sino sus primeras palabras al preguntarles los familiares si estaban bien:

─Sí, lo estoy; con la ayuda de mi amo Virgi.


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