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Uteros desechables

Como todo en la vida de los humanos, y por desgracia mi hijo aun siendo medio divino lo era en parte, nunca sale todo del modo en que se ha planeado o se espera. Y mi Virgi y Eva tenían un plan muy claro en cuanto supieron que provenían de la misma estirpe, un plan infalible para que la genética se pusiera a trabajar como solo ella sabe hacer. Pero, claro, no todo iba a comenzar siendo sencillo.

Creo que me estoy adelantando… comencemos por la operación mejor, ¿sí?

En cuanto los dos supieron que compartían padre, lo primero que decidieron para comenzar a poner en práctica su plan era que la operación de Eva había que acelerarla lo más posible. Necesitaban que ella fuera verdaderamente ella en el apartado físico, incluyendo, desde luego, un buen sitio donde almacenar el esperma de Virgi y, llegado el momento, procrear un pequeño nieto de Satanás.

─Entiendo sus ganas por engendrar ─les decía con calma el doctor especialista en cambios de sexo más reputado de España: el doctor Rafa Mora Jr. ─, pero hay que hacer un gran número de pruebas antes de comenzar a fabricar un útero, o colocarle uno de segunda mano.

─Me parece que no me está comprendiendo ─le dijo Virgilio, lleno de ira debido a la tranquilidad insultante con la que aquel tataranieto de un patético desecho humano le hablaba. ─, la futura madre de mis hijos, que serán tus eternos amos, necesita cuanto antes un útero, no importa de qué modo o cuanto valga, porque la destrucción de la humanidad no puede esperar más.

─Antes van las elecciones, señor ─puntualizó Eva.

─Es verdad… lo siento.

─¿Se presenta a las elecciones? ─interrumpió el doctor.

─¡Cállese! ─la mano de Virgi agarró del cuello al flaco doctor y lo levantó un metro del suelo, y ahí lo dejó un rato sin que este, tranquilo hasta la enfermedad, mostrara una mínima muestra de miedo.

─A ver si me comprenden de una vez ─incluso con la garganta casi taponada seguía hablando con calma. Un portento era… en pasado. ─, puedo ponerle ahora mismo uno de reserva, no habrá problemas, pero los resultados seguramente no serán los idóneos o todo lo perfectos que deberían ser. Y no quiero que nos pidan después una devolución del dinero, porque no lo tendremos; nos lo gastamos rápidamente en prostitutas y heroína, ya me comprenden… necesidades hereditarias.

Virgilio comprendió lo que le decía, y Eva también, y con solo una mirada decidieron cual sería el camino a seguir.

─Haga la operación, doctor. No importan los riesgos, somos hijos del Rey del Infierno, y nada puede salirnos mal.

─Pues si me suelta, procederemos de inmediato a la operación.

Dicho y hecho.

La evolución de la medicina por aquella lejana época había alcanzado, y controlado, las técnicas más extrañas y rocambolescas que las novelas de ciencia ficción del siglo XX y XXI pudieran siquiera imaginar. Desde trasplantes de cabeza con ideologías incluidas, cambios de pigmentación sin locura ni desviación sexual posterior, aumento de mamas sin alterar el coeficiente intelectual, reconstrucción completa de órganos o miembros dañados o amputados sin taras de gravedad (aunque una polla cortada y vuelta a coser siempre quedaba torcida hacia el lado contrario del original), pero lo más sencillo, y lo primero que se descubrió debido a una moda que asoló la humanidad a comienzos del siglo XXI, en la que nadie sabía que sexualidad tenía debido a la cantidad de memeces que se inventó la sociedad para no decir directamente que se era homosexual, asexual o heterosexual, fue el cambio de sexo exprés. Esta avanzada técnica lo que hacía era colocar dentro del cuerpo humano un útero de cerdo cubierto de analgésicos y tranquilizantes, que impedían que el huésped lo atacará al descubrir que era algo malo (un trozo de carne muerta siempre es un trozo de carne muerta), así que el niño podía hacer con calma dentro de la mujer u hombre sin problema, con una única regla: al salir el niño, el útero iba detrás, y si se quería volver a tener otro, debía volverse a colocar. Esto no era un problema, ya que en el mercado negro, que es donde habían ido Virgilio y Eva, se introducían úteros de cerdo, ratas, muertos recientes y antiguos e, incluso, úteros de ministras de fomento, el problema era: ¿cómo saldría el niño?

El porcentaje de partos en los que no salieran niños tarados hasta el infinito era de un 10%, así que el resto de críos solían lanzarse por la ventana nada más nacer o, lo más corriente, se colocaban en trabajos de menor utilidad social, como tertulianos de la tele, presidentes de gobierno, o monarcas, por eso de darle una oportunidad a la gente menos dotada dentro del uso continuado del cerebro. Aquello lógicamente estaba a años luz de pasarles a Eva y Virgi, puesto que mis genes demoníacos podían con todo sin ningún tipo de problema. ¿No?

─¿Vamos allá?

Las manos del doctor Mora estaban sujetando el útero de cerdo pata negra alimentando con bellotas frescas, esperando a introducirlo dentro del vientre abierto de Eva (a la que, ya que se habían puesto a gastar anestesia, le habían colocado una vagina sacada de un molde del de Jenna Jameson) en cuanto ellos dieran la orden.

─Adelante ─dijo Virgi con voz profunda y emocionado al pensar en los cadáveres que su hijo dejaría a su paso por la Tierra.

Rafa Mora Jr. empujó, Eva grito de dolor, Virgi se asustó, y el doctor murió después de acabar la operación por un golpe en el estómago (sin la menor intención) que Eva le propinó como venganza por su escasa delicadeza, haciendo que el buen doctor defecara todos sus órganos en un charco blancuzco y espeso que olía a esperma fresco.

El embarazo llegó pronto (es lo que tiene follar 5 veces al día, todos los días, durante todo un mes), y los 9 meses fueron como la seda entre helados de chocolate, kiwis frescos, chinos que Eva quería follar hasta matarlos, y alguna orgía de aniversario donde todos eyacularon en su barriga para bautizar al futuro hijo del hijo de Lucifer.

Y el día del parto llegó. Pero, como he dicho al principio, nunca sale todo del modo en que se ha planeado o se espera.

─Creo que hay un problema, Eva.

─¿Qué pasa, mi señor?

Al ver la cara del bebé la madre lo comprendió.

El niño, que tenía una nariz Borbónica y una barba Junqueril, presentaba en la cabeza una melena acabada en una coleta Iglésica. Con unos dientes Aznales y un sonrisa cínicamente Riverila, aquel niño no iba a ser de ninguna de las maneras alguien necesario en la sociedad, más allá de servir como diana de cacahuetes, lapos, insultos o votos de gente iletrada.

─¿Qué podemos hacer, mi señor?

─Fácil; solo hay una cosa que puede hacerse con este tipo de ser, con este tipo de engendro de la naturaleza.

Y, sin inmutarse, lo tiro a la basura de desechos plásticos, ya que aquella aberración no merecía ni compartir espacio con los restos orgánicos del día anterior.

─¿Volveremos a intentarlo, mi amo?

─Sí Eva ─Virgi se sacó el pene, duro como una piedra por la excitación que le había ocasionado hacer algo bueno para los suyos. ─, es nuestro destino y nadie nos lo podrá robar.


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