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A.N.O.

El primer debate televisado de Virgi tuvo sus cosas buenas y sus cosas malas.

Por el lado positivo, además de haberse quitado de en medio a unos candidatos que le hubiesen hecho la vida algo imposible, también logró que mucha más gente le siguiera, debido a su poder, su saber hacer, y porque, tras el programa, se fue de copas con la mitad de los trabajadores de la cadena, a los que convenció de hacer una orgía en la plaza del ayuntamiento de la ciudad, lo que les llevó, entre otras grandes situaciones, a la deforestación de un parque cercano (cuando la energía sexual se lleva al límite, es fácil que el roce de espalda o rodillas con el césped haga una reacción cercana a la del pedernal al chocar contra sí mismo), y la muerte de dos ancianos que pasaban por ahí (y que no se agacharon cuando mi hijo gritó ¡Lefa va!, llevado por el alcohol).

Pero, claro, las cosas malas son, como debe ser, las que más cola traen al final, las que menos se pueden apartar, y, sin duda, las que más me gustan… si no fuera porque esta vez le pasó a mi hijo. El caso fue que debido a su espectáculo mucha gente, muchísima gente a decir verdad, se habían enterado del inmenso poder que se escondía en las entrañas de Virgilio Delfín, y eso siempre atraía a las peores ratas de la bodega.

─¡Ei, hijo!, ¿tienes un momento? ─le preguntaban sin parar hombres poseedores de grandes fortunas que llamaban a la puerta del hogar de Virgi buscando hacerse amigos suyos.

─Yo sí ─después le colocaba una mano en el hombro ─, pero tú no. ─y después aparecía en esa zona que mi hijo había tocado algo, lo que fuera, desde águilas reales que se llevaban al listillo lejos de allí, hasta piedras en llamas, tetas de silicona, un tiburón rabioso, un fox terrier con paperas y, mi favorito de todos.

─Te juro que volveré, no miento. ¡Ellos mienten! ¡Soy el president ─gritaba el fantasma de Puigdemont encolerizado, sin recordar que había muerto varios siglos antes, olvidado y abandonado a su suerte en una hamaca de Tahiti, donde se retiró después de aburrirse de que nadie le dijera que volviera a casa.

Aquella extraña fama le estaba empezando a hinchar los cataplines a mi hijo, hasta que alguien especial llamó a su puerta y, tras abrir con educación y poner su mano sobre el hombro de la mujer en cuestión, tratando de buscar en su extraña fantasía algo raro que hacer aparecer, ella dijo.

─Virgilio, estoy aquí para ayudarte; a ti y a tu futuro hijo, Samuel.

Aquello le hizo apartar la mano rápidamente, y se la colocó encima de la cabeza a un gato sarnoso que vivía en la casa, que de inmediato se convirtió en un cucurucho de helado sabor Meconio.

─¿Cómo puedes saber que mi hijo será varón?, ¿y que tenía pensado llamarlo Samuel en honor al mayor profeta de la historia? ─trató de disimular su sorpresa, pero lo hizo fatal.

─No me tengas miedo, Virgilio. Créeme, estoy aquí para ayudaros.

Cuando la tranquilidad les rodeó, y mi hijo mató a un par de seguidores estaban tan colocados que no le escucharon cuando les pidió que salieran del comedor, donde quería hablar a solas con la misteriosa mujer.

─Estoy segura que estaban a punto de salir de la habitación ─le comentó la mujer a Virgi mientras se limpiaba los zapatos de la sangre de los pobres chicos, que habían sido devorados por un agujero negro que mi hijo les había creado dentro del estómago.

─La atención y el respeto hacia mi persona es la clave de su supervivencia. Ahora, por favor, dígame quién es usted y qué quiere de mí.

─Bien… ─le temblaba un poco la voz debido a la excitación de tener delante de ella al famoso Virgilio Delfín. Obvio. ─, formo parte de una sección secreta del FBI, llamada ANO (Asociación Nacional del Orden), y me han llegado noticias que no he podido ignorar, que confirman que usted y su familia están en peligro.

─¿Qué clase de peligro?

Para resumir un poco, ya que la mujer, que se llamaba Clara Flujo Blanco, empezó a usar jerga muy especializada sobre los entresijos de la organización, había un informe secreto que el presidente de Estados Unidos, el tátaratátaratátara nieto de Donald Trump (que nació de la relación que tuvo una de sus nietas tuvo con un asno en celo), en el que planeaban secuestrar a mi hijo para obligarle a usar sus poderes contra sus enemigos en Siria, Irak, Japón, y prácticamente cualquier sitio en el que no se desayunen cinco hamburguesas ni se beban 5 litros de Cola a la hora de cenar. Aquello sorprendió a Virgi, sobre todo porque la seguridad de aquella gente de que podrían atraparlo era de una estupidez bovina, pero entonces la señorita Flujo Blanco entró en detalles.

─Virgilio, tienes que saber algo; no eres el único hijo del demonio que ha conocido la humanidad.

─¿No? ─me entraron ganas de darle una colleja. ─, ¿además de Eva y yo ha habido otros? ─joder… a veces se pasaba de tonto.

─Sí… ha habido más. Y todos están en los sótanos más secretos y protegidos del área 54 ─no confundir con la 51, que quedó destruida cien años atrás cuando intentaron, sin éxito como se puede suponer, hacer estudios de inteligencia de los chicos que se presentaban a MYHYV. Una máquina encargada de acumular anormalidad llegó al máximo, y un poco más, y explotó matando a cerca de 300 personas, y a 100 tronistas. ─, y con los poderes que les han logrado quitar pueden, sin problemas, secuestrarte y hacer contigo y tu familia lo que quieran.

─¿Y por qué quieres ayudarnos?, ¿qué sacas tú de esto?

─Yo… ─se puso roja, tanto que Virgi estuvo casi seguro de que estaba a punto de estallarle la cabeza, como cuando les hacía a sus seguidores, que no reponían el papel higiénico, que se acumulase toda su sangre en el cerebro. ─, llevo tiempo… siguiéndote…

─¿Mucho tiempo? ¡Dime porqué, mujer!

─Fui una hija que Tomasa tuvo con un luchador de sumo antes de quedarse embarazada de tí. Soy tu… hermanastra.

Virgilio Delfín no era alguien que se emocionase fácilmente, pero tener delante a sangre de su sangre (en parte) le hizo bajar un poco la guardia.

─Her… ¿mana?

─Sí, Virgilio. Tú hermana Clara.

Y pasó algo que, aunque en un primer momento me produjo temor, no fue más que otra muestra de que era, sin duda, el hijo más importante de todos los que había tenido: Virgilio Delfín, lloró.


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