Las profundidades más oscuras de Eva
Desde que el hombre es hombre ha sabido que las mujeres embarazadas tienen un apetito sexual mayor al de un quinceañero con una erección. Es algo que solo los que entienden de biología pueden explicar con fórmulas y ecuaciones, pero que para los menos expertos en el tema se resume con una suma muy simple: mujer embarazada + apetito sexual = bomba incontrolable. Y a esto si le unimos que Eva era la portadora del nieto del demonio e hijo del anticristo en la Tierra, pues todo se resume a que estar cerca de ella en alguno de sus antojos no era algo aconsejable si querías mantener su porcentaje de agua en el cuerpo. El que hizo que todo cambiara pasó algo más tarde, pero creo que es de ley poneros un poco al día con ejemplos, porque si no os costará comprender lo que hizo que Virgi viera el futuro con mucho más pánico. Entre las muchas peticiones de Eva, había una que se repetía debido al gustito que le daba y que nadie salía herido (al menos no físicamente). La primera vez que la pidió fue durante la emisión de un programa gastronómico donde el cocinero hablaba sobre pepinillos, pimientos y calabacines, haciendo que las sugerentes formas de aquellos alimentos le dieran a Eva la necesidad de tener el mayor número de aquellas figuras dentro de su cuerpo. ─Mi señor. ─¿Sí, Eva? ─le contestó mi hijo mientras le hacía un masaje en los pies. ─Necesito que me llenen el mayor número de penes. ─Pero yo me pido la retaguardia. ─Lo que digáis, mi señor ─la sonrisa de Eva crecía igual que el calor en su interior, y cuando Virgilio hizo venir a los más dotados de sus hermanos, sin preámbulos, la portadora de futuro dueño del universo se desnudó por completo, mostrándoles sin tapujos su barriga de seis meses y sus enormes pechos plagados de azuladas venas. ─Hermanos, debéis penetrarme con fuerza y sin miedo, por todos los lados que podáis o mi dilatación os permita. ─Sí, mi señora. ─fue la respuesta que vino seguida del sonido de las ropas de los elegidos cayendo al suelo. Como si no hubiera un mañana, que era el modo correcto de tener relaciones sexuales en aquella casa porque, bueno, era cierto, los hermanos rodearon a Eva y comenzaron a acariciarla, lo que duró muy poco porque ella, con la misma temperatura vaginal que un horno de Auschwitz, agarró sus penes y los dirigió, por su grosor o tamaño, en los orificios que más necesitaban ser tapados. Virgi, por supuesto, cumplió su palabra y entro por detrás tras empapar a su amada con lubricante sabor a fruta, mientras dos de sus hermanos hacían los propio por vagina y boca, y otro más, que estaba ahí porque nadie había contado bien debido a la excitación, trataba de hacer lo propio pero en las orejas, lo que resultó inútil y le obligó a conformarse con un sobaco. La fuerza de las embestidas consiguieron que Eva llegase al orgasmo unas cinco veces en apenas 2 minutos de acto sexual, pero mientras ella disfrutaba de aquel gangbang con olor a fresa empapada en aceite, los hermanos y el propio Virgi comenzaron a notar como la punta de sus miembros se encontraban en las profundidades de aquel cuerpo, lo que les llevó, tras correrse como caballos salvajes en el interior de la anticristo transgénero, a comenzar una batalla de sable, cuyos ruidos laser hicieron con la boca para sorpresa de Eva, que les dejó hacer por el cansancio acumulado y lo llena que se notaba de fluidos seminales. Tras eso vinieron más orgías y posturas extrañas, lugares que mancillar y retorcidas películas que necesitaba ver mientras le daban fuerte con la postura del perrito (su preferida era Mary Poppins), pero Virgi quedó tocado de por vida cuando, durante la proyección de un clásico del cine erótico para adultos (de título Ichi de Killer), mi hijo empezó a notar en la punta de su glande unos pequeños golpes lo suficientemente poco acompasados como para no provenir del cuerpo de Eva. ─¿Notas eso? ─preguntó mi hijo sin dejar de profanar la artificial vagina de su amada. ─¡Sí, joder, la noto entera! ─debido a su excitación no comprendió a que se refería Virgi, pero él volvió a notarlo. Una y otra vez. Cuando los golpes comenzaron a ser molestos, decidió usar su visión a través de la materia y averiguar de qué se trataba, lo que le hizo ser testigo de una imagen que pocas personas, por su salud mental, deberían tener guardadas en la mente. La imagen era la siguiente: el pene de Virgi, rojo, duro y a punto de explotar, estaba recibiendo puñetazos por parte del feto, que como un boxeador en pleno entrenamientos alternaba jabs con uppercuts y algún que otro golpe bajo que le hubiese valido una amonestación. La mirada del feto, de cerca de siete meses, era tan fija y odiosa, tan llena de rabia y profundidad que Virgilio Delfín, hijo del demonio, futuro emperador de los cadáveres de los humanos, sintió por primera vez en su vida un miedo tan puro que, de rebote, sufrió un gatillazo instantáneo. Eso le hizo creer a su hijo que había ganado el combate, así que levantó los brazos, victorioso, y, flotando en el líquido amniótico, comenzó a dar saltitos como lo haría un astronauta en la superficie de la Luna. ─¿Qué sucede, mi señor? ─no era de amabilidad aquel tono que usó Eva, pero algo de preocupación si se notaba. ─Nuestro hijo ─comenzó a decir. ─… nuestro hijo… ─¿Le pasa algo? ─Le pasa… ─trago saliva, aire, y algún que otro gargajo creado por la sequedad de la boca durante el acto sexual. ─… que me recuerda mucho a mí…