Los amantes en Teruel
- virgi06660
- 13 mar 2018
- 5 Min. de lectura
Uno de los mayores problemas que suelen tener las embarazadas, y que a Virgi no le apetecía sufrir, era que a causa de los cambios corporales típicos de una preñada, el atractivo despareciera por completo y, con él, las ganas de Virgilio de montar a Eva todas las noches. Él no tenía ningún problema con las mujeres llenas de varices o con michelines y tetas que les llegasen hasta las rodillas (gracias a su hermandad había podido degustar todo tipo de mujeres, e incluso había llegado a darles muerte a muchas de ellas), era solamente que, por mucho que la humanidad lo niegue a todas horas, el físico es importante, y para mi hijo llegó un momento en que, con Eva, lo fue. Los caprichos del alma de Eva estaban llegando a unas cotas tan altas de maldad/azúcar/carbohidratos/tabletasdeMilka, que decir que el peso inicial de Eva se había duplicado era quedarse muy corto; cada una de sus piernas pesaban lo que ella en un principio. Así que Virgilio tuvo que tomar una decisión muy drástica, e ignorando al pediatra (al tercero que tenían, y que mató también cuando le dijo que su idea no era tan buena como él creía) decidió llevar a su amada hermana preñada de su futuro vástago a una excursión con Happy Ending. Que resultaron ser las Fiestas de Teruel. Todo el mundo sabe que el aire puro de un pueblo perdido de la mano de dios, al que nadie le importa en las fechas lejanas a sus fiestas, es lo más sano que una preñada podría respirar en vida, así que en cuanto bajaron del tren, tras 5 horas de viaje, el olor a marihuana fresca le llenó los pulmones a Eva del único modo que una mujer en cinta debería degustar: hasta lo más hondo de su ser. ─¿Estás feliz, Eva? ─Sí, mi señor. Esto es justo lo que necesitaba para poder relajarme. Este aroma, estos gritos, esos putos borrachos jugando con espadas de gomaespuma; el paraíso en la Tierra. Cuando los borrachos se cansaron de darse de hostias, que coincidió con un mal golpe que el más alto le dio al más bajito y que lo dejó k.o. sobre un vómito con olor a calimocho, Virgi y Eva tomaron la calle principal en dirección a la casa del primo de uno de sus hermanos de partido, que les había prometido una cama cómoda y comida caliente (y más le valía cumplir, pues mi hijo le prometió que, de no ser así, haría crecer su ano hasta convertirlo en su hermano siamés perdido). Por suerte para el miembro de la hermandad, en la casa había gente y fueron, además de terriblemente cariñosos debido al alcohol que corría por sus venas, cordiales sin llegar a ser empalagosos, además de que les ofrecieron un vino peleón de los que solo pueden beberse en las fiestas de pueblos importantes, como era el caso. Eva bebió. Virgi bebió. Todo el mundo bebió. Y cuando llegó el momento en que la casa se les hizo pequeña, salieron a festejar, a las 11 de la mañana, las fiestas de tan emblemático agujero perdido en la repugnante piel de toro del mundo. El olor que les rodeaba rozaba lo nauseabundo agarrado de la mano a algo tan delicioso que solo podía dibujarse con colores vivos y brillantes. El estómago, y el útero, de Eva empezaron a rugir, por lo que mi hijo se comportó como todo un hombre y le ofreció más vino. ─Es temprano para comer todavía. Además, aún estamos bastante despiertos y, así, no se puede comer como es debido. ─Tienes razón, mi señor. ¡Venga esa bota! ─y sin darle tiempo a decir Es mía, Eva se la empezó a beber. Pero nada dura para siempre, y menos todo lo relacionado con la felicidad y el jolgorio, y al girar una esquina se toparon con el primer, y último porque obraron bien, problema en aquel fin de semana que les estaba dando lo que había prometido. ─Joder… que tetazas ─grito un obeso chaval al pasar cerca de Eva. ─Ya te digo, quién pudiese chuparlas, ¿eh? ─le contestó uno de sus amigos. Los cinco amigos, con cara de becerros y, posiblemente, muy próximos a lo que sería una manada en el contexto más insultante de la palabra, comenzaron a babear y extender sus brazos en busca de la carne de Eva, que conocedora del poder que tenía dentro de su vientre, y a su lado, decidió reírse a carcajadas sin dejar de beber de la bota que le había robado a Virgi hacía un rato. ─Que risa de puta tiene. ─Y ese pelo tan largo; se lo lefaría entero. ─Yo me pido el culo; se lo voy a partir en 4. Virgilio les dejó hacer un par de minutos más, mientras recopilaba de su interior sus deseos más oscuros y perversos para, tras darle un nuevo trago a un cubata (que no supo explicar de dónde había salido), regalarles a aquellos cinco energúmenos lo que sus corazones deseaban tener y el mundo, con toda su inmensa sabiduría, no les había dado. ─Felices fiestas ─les susurró Virgilio Delfín, y los chavales comenzaron a reír de una forma tan profunda y perversa que solo los que entendían lo que era el auténtico sufrimiento supieron leerles realmente: terror y dolor en su estado más puro y profundo. A dos de ellos les empezó a crecer unas perfectas pechas de stripper entre los pliegues de sus obesos vientres, creando una serie de dunas de carne y mamellas que en nada envidiarían a las del Sahara que una vez navegó Penélope Cruz (por descontado, la película era una mierda). Llegó un momento en que los erectos pezones, sonrosados y con piel de gallina al final de los pechos, sacaban leche caliente y con aroma a Nescaffé, creando charcos humeantes en el suelo, y que los más etílicos de la plaza comenzaron a lamer como perros creyendo que era algo que alguien había derramado por error (cosa que, en parte, era cierto). A los otros tres, que aguantaron más rato sin gemir de dolor (unos machotes es lo que eran), las tetas les salieron de lo más profundo de su intestino grueso, por lo que de sus anos escapaban o pezones rojos de la presión, o pequeños pechos de quinceañeras con algún que otro pelo en las aureolas. Rizados y perfectamente negros y duros; como está mandado. Aquello hizo que la plaza se llenase de curiosos que, al no entender qué estaba pasando realmente, se entretuvieran manoseando los pechos y pezones que tenían a mano, creando una reacción en cadena, debido a lo contagioso que era aquello en realidad, de pechos surgiendo de manos, codos, antebrazos y dedos, que acabó solamente cuando las borracheras fueron sustituidas por mareos de incredulidad y cuerpos estáticos de puro pavor. Aquel año la verdadera fiesta acabó en el hospital, con todos los afectados ingresados en el ala de Enfermedades Raras que te Cagas (que el gobierno había creado a raíz del incidente que hubo, años atrás, con unos fascistas a los que les salían kebabs del recto). Pero lo inolvidable fue lo que esa noche sucedió en el ala de geriatría del centro. Allí fue donde acabaron, todavía borrachos, todos los afectados del “brote tetil”. Ante los ojos como platos de los enfermeros, los ancianos ingresados comenzaron a mamar de los pechos de los jóvenes, que no comprendían dónde estaban y porqué aquel lugar olía a caja de pino. El néctar estaba infectado por el alcohol ingerido durante toda la noche y un pequeño virus que, colocado por Virgi en el interior de los pechos, hacía que todo el que lo bebiese no pudiese parar de decir: ─Leche, alcohol, Fiestas de Teruel y medicamentos; ¡VIR.GIIIII.LIO!
