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el TAKESHI CASTLE que se pasó de vueltas

El ser humano es capaz de un gran número de gilipolleces por segundo, y no estoy hablando de las mujeres que aparecen en urgencias con su perro metido en el coño sin saber qué hacer (porque eso no es estupidez, es no saber que hasta que un perro no se corra no se le bajará la inflamación de la punta de su pene y podrá liberarlas; pero no una gilipollez), me refiero a ese tipo de cosas que vosotros, criaturas torpes y llenas de inseguridades, hacéis por y para los demás, anteponiéndolos a vosotros mismos y vuestros verdaderos intereses. Eso, es una gilipollez. La noche sobre la que va a tratar este capítulo de la vida de mi hijo está estrechamente ligada al bajo instinto que os obliga a dar pasos en dirección a cosas que, en realidad, no os interesan ni os hacen bien, pero “necesitáis” porque creéis que son tan importantes como el aire que respiráis o las pajas que os hacéis. Porque hay muchas cosas sin sentido en este mundo que Dios os regaló antes de suicidarse, pero la más cojonuda es esa necesidad de poneros medallas y chulear de lo que tenéis solo porque únicamente de ese modo os sentís realizados, plenos, satisfechos; y encima estáis seguros de que antes de morir miraréis atrás y estaréis orgullosos. Patéticas criaturas. Aparentar, falsear la realidad, adoptar un rol que no tenéis solo por un bien supuestamente mayor, es algo que ni mi hijo ni yo comprenderemos jamás, pero la diferencia es que él tuvo la oportunidad de hacéroslo pagar mientras se divertía y yo, simplemente, me divertí (que no es poco) Debido al inminente nacimiento de su primogénito, que aún no tenía nombre porque iban a esperar a verle la cara y averiguar, en el momento, si iba a ser hijodeputa o hijadeputa, Virgi se vio en medio de una extraña batalla en la que sus fieles usaban cuchillos de cocina, navajas oxidadas de las que se usan para cortar huevos, palos de billar o piernas ortopédicas robadas en parques a viejos seniles con el pene al aire, con un único premio en juego: ser el padrino del hijo de su amo y señor. Aquella tontería, aquel acto de memez supina, debería haberle molestado a mi hijo hasta tal punto de destruirlos a todos, demoler la casa y trasladarse a alguna isla (la que poseía el famoso actor Johnny Depp (que murió al tratar de meterse por el culo el Oscar honorifico que gano a toda una carrera borracho, y que estaba disponible y llena de droga por todas partes enterrada en agujeros señalados con una F, de farlopa)), en realidad le invitó a crear la primera edición de: ¡LOS JUEGOS OLIMPICOS DE V! En un primer momento nadie lo entendió, pero como era algo habitual porque la mayoría eran humano con inteligencia media, mi hijo les hizo un resumen usando, entre otras cosas, dibujos, purpurina, papel pinocho y alguna figurita de Heroquest pintada con poca maña pero mucho amor, ─Es muy sencillo, hermanos; vais a tener que superar una serie de pruebas y, el que sobreviva a todas, o quede solamente en coma, será el padrino o madrina de mi hijo. Los aplausos duraron varios minutos, demasiados para mi gusto pero, bueno, cuando una foca se anima a aplaudir es difícil hacerla parar. Cuando la euforia acabó, Virgilio Delfín recordó el famoso programa de televisión de los años 90 (que su madre tenía grabados en VHS y le ponía una y otra vez no por vagancia o por falta de ideas, sino porque el video estaba roto y no había manera de poner nada más, ni de pararlo) llamado El Castillo de Takeshi, y animado por Eva que se le antojaron varios muertos esa tarde, propuso la primera prueba: ROUND 1- todo el que consiga llegar hasta allá (una bandera con la cara de Putin que, sin explicación alguna, ondeaba en el jardín de la casa okupa) podrá seguir jugando. Sonó sencillo, más de lo que ninguno pudo imaginar, hasta que mi hijo convirtió el suave césped en cuchillas de afeitar infectadas de Sida, Gonorrea y Paperas, y los charcos de la lluvia del día anterior en agujeros negros que transportaban a los ilusos que los pisasen hasta una dimensión donde la Nocilla era mucho más deliciosa que la Nutella (algo que hizo que muchos sufrieran, de golpe, in ictus al intentar imaginar una mamarrachada de ese calibre) Los primeros valientes comenzaron a caminar con calma sobre aquel afilado suelo, sabiendo que si no pisaban con fuerza las cuchillas no atravesarían sus zapatos, pero algunos decidieron que la velocidad estaría de su parte y, lógico, se equivocaron. La sangre salía volando como si sus pies fuesen volcanes en erupción, salpicando a los demás concursantes e infectándolos también en el acto, lo que creó una cadena de enfermos con unos sufrimientos tan duros, tan inimaginables, que prefirieron vivir en un mundo con Nutella de peor sabor y se lanzaron a los agujeros en busca del fin del dolor. ─Bien, hermanos ─comenzó a decir Virgi cuando solamente quedaban 4 de los 300 que habían intentado llegar hasta la bandera, manchada de sangre también (aunque en ese caso no por las heridas, sino por el diseño original) ─sois los elegidos para llegar hasta el final de esta prueba que, aunque tenía pensado darle más vidilla, creo que lo acabaremos en la siguiente prueba de resistencia. ¡Tú! ─señaló a un chico alto, de pelo alborotado y ojos claros que, sonriente, respiraba con dificultad por el hedor de los cuerpos que se habían acumulado a su alrededor. ─Sí, mi señor. ─¿Cómo te llamas y porque quieres ser el padrino de mi hijo? ─Me llamo Guille, y por cierto odio que me llamen Guillem, y llevo muy poco en su casa, mi señor. Me lo recomendó un colega y, bueno, ¡me encanta! La euforia del chaval le gustó a Virgi, que entendió que lo único que le movía era la diversión y que, seguramente porque no le había dado tiempo, no era consciente de que en aquel lugar la vida se contaba por segundos, y no por días. ─Así que te encanta lo que hacemos aquí y lo que hago, ¿no? ─¡Sí! ─la alegría llegaba a ser contagiosa, tanto que a mi hijo se le escapó una sonrisa y le tocó en el hombro, para después decir. ─Si la alegría te dura hasta el final, serás el elegido. La mandíbula de Guille se desencajó por completo y sus ojos, tan grandes como las ensaladeras del pijo de Rafa Nadal, e igual de húmedas después de una noche con… Rafa Nadal, comenzaron a ver las imágenes más desgraciadamente jodidas que a Virgi se le pudieron ocurrir: las primeras eran de un pleno extraordinario del congreso en el que todos, sin excepción, formaban parte del mismo partido y, aun así, seguían insultándose y robando. Acto seguido, sin pausa alguna, pudo ver mil partos de octogenarias seguidos, sin cortes (aparte de los vaginales), y todos ellos expulsando al mundo a niños deformes con la cara de presentadores de programas del corazón y tertulianos de la Sexta. Pero Guille, que estaba aguantando bien y hasta había tenido una pequeña erección con el vigésimo cuarto coño dilatado lleno de canas, se derrumbó con espuma en la boca, en el tercer acto, dónde tuvo que observar como Paquirrín, Falete y todas las familias de los Gipsy Kings comían hamburguesas sin parar tratando de ganar un concurso de deglución de tan venenoso producto. ─Lo estabas haciendo bien, amigo ─le reprochó Virgi mientras le daba un par de patadas en las pelotas, tratando de bajar la erección que seguía en aumento. ─, pero solo aquel que pueda tener estómago para esto, podrá cuidar de mi hijo y sobrevivir a sus heces. Pasó al segundo concursante/victima/flipado que quería ser el padrino de su hijo, e incluso antes de decirle lo que tenía que hacer supo, sin lugar a dudas, que no lo lograría porque iba a poner Virgi todos sus esfuerzos en conseguir que reventase. Por puto Gordo y por puto Falda. Toda la casa le llamaba Gordo En Falda, porque es lo que era y porque nunca le dijo su nombre a nadie, pues se creía una estrella del punk sin haber logrado siquiera salir de su pueblo a hacer conciertos. Así que, rencoroso y sin saber lidiar con la envidia que le corroía en lo más hondo de su deforme estómago, se dedicaba a escribir en revistas/fanzines de temática musical donde, sin haber visto siquiera los conciertos ni escuchado un solo disco, los ponía a todos a caldo. ─¿Así que quieres intentarlo, Gordo En Falda? ─Eva se reía por detrás de Virgi, pues sabía que aquel anormal iba a sufrir más de lo que podía imaginar ningún ser vivo. ─Sé que lo lograré, porque soy el mejor cantante punk, el más listo, y todos los demás no valen una mierda a mí lado. A veces los más idiotas son también los más divertidos. ─Pues veamos cómo te comes… esto… Antes los asistentes apareció una banda de punk, con sus dos guitarras, el cantante, el bajista y el batería, y con los amplis incluidos. Pero no era una banda corriente, sino que estaba hecha de chocolate, igual que las figuritas de Papa Noel que se regala en Navidad. El Gordo En Falda lo miro sin entender qué pasaba, y Virgilio tuvo que explicárselo muy despacito. ─Debes comértelos, igual que haces con tus palabras y tu actitud: pero esta vez de verdad. Gracias a un estómago dado de sí después de años de ser un ser que encontraba en la comida lo que los demás tienen en la amistad y el sexo, aquel enorme saco de mierda se acercó al cantante y le dio un bocado en toda la frente. Y el relleno comenzó a salir. Los diferentes componentes que formaban aquel mejunje eran tan aberrantes que todos los testigos se taparon la nariz, pues nunca habían olido una mezcla tan pura de vómito, mocos resecos, heces de rinoceronte recién nacido, leche lactante caducada, uñas recién cortadas a un trotamundos en zapatillas de andar por casa con forma de oso panda, y, lo que podría considerarse la guinda de tan monstruoso pastel, la mezcla concentrada de millones de escupitajos lanzados por miles de bandas en el suelo del escenario de un festival Punk de verdad, nada de pijadas ridículas como el ViñaRock. El puto gordo se puso verde al instante y, con la misma velocidad, comenzó a vomitar al tiempo que trataba de tragar aquel líquido de color a oso amoroso cabreado, lo que hizo que entrase en un ciclo vicioso que acabó, como era lógico, con sus dientes devorando su propio cuerpo que, al cabo de 15 minutos, olía, tenía el mismo olor y sabía igual que la mezcla que, sin descanso, salía de aquel cantante con cresta, bate y chupa vaquera, hecho de chocolate. ─Cualquiera que quiera apadrinar a mi hijo ─dijo Virgi acercándose al tercer candidato, ignorando por completo los estertores de muerte que salían del repugnante pedazo de mierda que se estaba solidificando en el suelo. ─deberá saber que sus vómitos deben ser respetados. Pero aquel tercer candidato dejó a mi hijo de piedra, pues no era otro que al apodado Kagada Con Barba, un enclenque y patético hombrecillo que habría muerto virgen si no hubiese sido porque invento una especie de secta ridícula y sin fundamento, en la que sus fieles (10 locos que había encontrado comiéndose el contenedor de basura; no confundir con comer DEL contenedor de basura) alababan como a un dios. ─¿Qué haces aquí, Kagada Con Barba?, no te dije ya que te fueras y dejases de intentar tus trucos de manos y engaños de principiante. ─Falso hijo del demonio ─se atrevió a decir ─, estoy aquí para ganarme el apadrinamiento de tu hijo y, cuando nazca, matarlo para demostrarles a todos que no eres el auténtico salvador del mundo. ─Para empezar, no quiero salvar el mundo; quiero convertirlo en cenizas. A ver si empiezas a escuchar porque creo que lo he dicho en cada capítulo cerca de 5 veces. Y dos, CA.LLA.TE. Con esas tres sílabas Virgilio Delfín, hijo del demonio y padre del hijo del anticristo, comenzó una reacción en cadena en la que aquel Kagada de persona empezó a envejecer a una velocidad mil veces superior a la normal, así que en apenas 5 minutos aquella supuesta deidad ya había perdido los dientes y trataba de aguantarse la piel que, como un helado derretido, se desprendía de sus huesos. Los intestinos y uretra comenzaron a fallarle y pronto el suelo se cubrió de deposiciones frescas y con olor a muerte, y cuando cayó de rodillas y las cataratas okuparon su mirada, Eva se le acercó y le dijo con toda la fuerza que pudo al oído: ─¡Mi hijo os sobrevivirá a todos, Kagada Con Barba! ¡A todos y cada uno de vosotros! ─y, tras eso, aquel ser menor, aquel aborto en vida, estrelló su frente contra el suelo y murió. ─Joder… pues parece que solo has quedado tú, hermana ─la única candidata, que era de la estima de ambos y, sobre todo, follaba y practica unas geniales felaciones, sonrió como solo ella sabía. ─, creo que te va a tocar a ti ser la madrina de nuestro hijo. ─No os fallaré ─dijo la elegida. ─Lo sabemos, Fayna. Lo sabemos… 


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