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Lágrimas de rabia por la Justicia.

A pesar de todos los intentos de Virgilio por acabar con toda la humanidad (y de casi conseguirlo), llegó a la conclusión de que la raza humana se asemeja más a las cucarachas que a los simios, ya que por mucho que se intente, y casi se logre, es prácticamente imposible acabar con ellos. Ahí he de reconocer que Dios jugó muy bien sus cartas. Así que, por desgracia y coincidiendo con el primer mes de vida de Yisus, la sociedad volvió a resurgir de sus cenizas al igual que el color de piel característico de Virgi, que provenían más de una mala limpieza y de la mugre del sótano que de una transformación propiamente dicha. Y la limpieza le vino muy bien, además de para perder 10 quilos, para descansar unos breves instantes de la ajetreada vida de ser padre primerizo y, además, estar en paro. Al salir de la ducha, y haberse hecho la paja de rigor, miró fijamente a los cansados ojos que le observaban desde el espejo, y entre otras cosas pudo leer claramente la palabra Agotamiento. No es el mejor conjunto de letras, pero si resultó ser un gran prólogo a lo que se anunciaría en las noticias al cabo de 1 hora. Una noticia que cambiaría el curso de la humanidad y le quitaría a mi hijo, definitivamente y sin vuelta atrás, los grilletes que trataban que su poder no hiciera explotar todo cuanto le rodeaba. Una noticia que, como por todos es sabido, volvía a poner en funcionamiento la rueda en la que vuestra especie está encerrada para la eternidad: la de siempre volver a los mismos errores, los iguales fracasos, y las idénticas consecuencias. Aquel jueves estaba muy señalado en el calendario de todo el país y parte del extranjero, pues se hacía pública un par de sentencias judiciales muy esperadas por todos, y que, como está mandado, no hicieron más que volver a escupir en la cara de todos cuantos se pusieran cerca, ya fuese luchando, posando, sufriendo o informando. La primera de las sentencias estaba a punto de meter en prisión a un grupo de chicos que estuvieron en el lugar indicado en el momento más inoportuno, y cerca de un enchufado de las fuerzas del orden de tomo y lomo. El caso, que había comenzado a partir de una mentira hasta llegar a la temida (por los únicos culpables) verdad, estaba salpicado de incongruencias, malas artes, racismo ideológico y unas ganas muy locas de tener a todo el mundo quietecito, sin hablar, y conformándose con el día a día que les dejaban vivir. Todo comenzó con una pelea de bar entre un par de parejas (ellos soldados hijos de jueces y coroneles, y ellas pues tontas que no saben que en casa tienen al peor de los enemigos; el fascismo) y un grupo de jóvenes que, ávidos de demostrar el odio interior que nacía por aquellas figuras con uniforme, comenzaron a insultar y a menospreciar. Y, claro, el ego hizo acto de presencia y enseguida todo se volvió una bola enorme de gritos, insultos, empujones; pero ninguna agresión. El problema vino cuando uno de los soldados hizo la llamada de rigor a sus compinches de estupidez y, en apenas 5 minutos, el bar estaba rodeado y la historia escrita. Además, y que es algo que siempre ansiaban los de la calaña de los soldados, estaba claro que iban a usar el pasado terrorista de aquel lugar (Navarra, para más señas), y así volver a los tiempos donde una simple palabra era suficiente para aceptar las cosas y mirar después hacia el otro lado con el castigo. Una paliza por allí, una muñeca rota por allá, moretones que aparecían y desaparecían debido al consejo de abogados sin escrúpulos, y los chavales fueron colocados en medio de un sinsentido donde, como mínimo, iban a permanecer en prisión más tiempo que uno de esos millonetis que roban a los ancianos y a los trabajadores (que al no quejarse como deberían, seguirán en su posición por siempre) y, con una culpabilidad que huele a la peor basura posible, esperan a que todo pase tumbados en hamacas entre cocteles con sombrilla y mamadas de niños tailandeses. Cuando el juez dijo que, por agresión e intimidación iban a ser condenados a 68 años de cárcel el mundo, la sociedad, la piara que tiene privilegios a día de hoy debido a la lucha de sus abuelos, no hicieron nada. Ni manifas, ni quejas, ni una mísera pancarta en la que una espantosa rima hiciera acto de presencia, posiblemente debido a que se jugaba la copa de lo que fuera esa misma tarde y, claro, lo primero es lo primero. Aunque a alguien si le molestó aquello, alguien a quién no debes tener como enemigo ni enfadado: mi hijo (obvio vaya mierda de intriga me he marcado) Pero la segunda noticia fue la que hizo que las manos de Virgilio Delfín comenzasen a sudar, ansiosas de dejar escapar uno de sus maleficios y vaya si lo hizo. Mucha gente cree de vuestra inútil especie cree que las las fiestas multitudinarias sirven exclusivamente para acostarse con gente; quiera o no quiera alguna de las partes. El problema no es que algunos tengan esa mentalidad, porque sin anormales y gente de intelecto bajo cero el mundo sería bastante aburrido, sino que los que deberían encerrarlos para que los demás no los sufráis se dedican a apoyarlos con sentencias bajas, permisos sorprendentes, o halagos imposibles. Aunque, si he de ser sincero con vosotros, el problema no es que pasen este tipo de cosas (pues sin ellas me quedaría sin trabajo), lo que pasa es que sois tan rematadamente cortos y tenéis una memoria tan escasa y que llenáis con nombres de futbolistas o estrellas de cine en lugar de con conocimientos de historia, que al cabo de un tiempo se vuelve a repetir el mismo problema. Y otra vez, y otra vez. Y otra vez La mañana en la que Virgilio decidió no detenerse nunca más a la hora de hundiros en lo más hondo del sufrimiento, los telediarios empezaban con esta noticia: >>El veredicto de los 7 chicos, que se autodenominaban La Piara, que violaron a dos chicas en las pasadas Fallas ha sido de inocencia, debido a que no se pudo demostrar que las jóvenes fueron forzadas por los detenidos, además que en las numerosas fotos y videos que se usaron como prueba se las ve activas y en ningún momento dijeron que No<< Aquello a Virgilio le golpeó como un mazo, pues aunque era el primero en apoyar ese tipo de actos impuros, era del todo inadmisible que los propios humanos le quitaran a los claros culpables la etiqueta, que les pertenecía por derecho, solo por una serie de hechos que olían a machismo y a pasado rancio y detestable. Aquellos chicos eran culpables, pero debido a aquella vergüenza iban a tardar más en llegar a mis dominios y, además, lo harían con parte de su alma limpia como el culo de un bebé. A mi hijo se le empezaron a juntar los incidentes de Navarra con los inocentes de Valencia, y comprendió que la raza humana no sabía vivir sin inventar culpables o salvar a claros pecadores, simple y llanamente porque estaban seguros de que así la caja de pandora quedaría para siempre cerrada y el populacho silenciado por miedo y desconfianza. Pero habían escogido un mal día para hacer de las suyas sin disimular. La concentración de Virgi hizo temblar la Tierra entera, y mientras algunos decían que era cosa de un terremoto, otros de un huracán, y los menos listos le decían al de al lado que menudo cuesco se había echado, el castigo para los verdaderos culpables, los jueces y sus dueños, estaba surgiendo de las entrañas de mi hijo como lo había hecho hacía poco Yisus del interior de Eva. Y, sin más, explotó la ira y, de un modo que lo cambió todo para siempre, comenzó el verdadero apocalipsis. Los funcionarios encargados de impartir justicia para los jóvenes de la pelea de Navarra comenzaron a sentir en sus tripas como toda la culpabilidad y los malos actos que les representaban crecían como una rama dentro de un vaso lleno de algodón mojado, y en cuestión de segundos sus estómagos se abrieron, sin matarlos para que pudieran sentir lo que estaba a punto de dejarles sin habla, dejando salir del interior una interminable cadena de acero macizo, oxidada y con olor a marisco como el que solían comer casi cada día, que los hizo palidecer al instante al observar que enrollados en ella estaban todos sus órganos, esqueleto, arterias y músculos, como si aquel pesado símbolo de la tierra que trataban de proteger con sus acciones le estuviera devolviendo todo lo que vomitaban en el podrido sistema. No murieron desangrados ni por falta de órganos en su interior, sino que el alma permaneció presa en el cerebro de aquellos jueces corruptos y falsos durante todo el tiempo que duró su cordura, y después una eternidad más. La gente que los veía por la calle sufrir se detenían para hacerles fotos o escupirles y cagarles encima o, los que tenían más puntería, en sus cuencas y bocas, para que además de su sufrimiento pudieran sentir con todo lujo de detalles lo que la gente opinaba de ellos: que no eran más que la peor mierda del mundo. Mientras la noticia de que unas cadenas de mil toneladas seguían saliendo del interior de los jueces del caso del bar, los que habían dictado aquella mañana sentencia para la Piara cayeron en un sueño muy profundo, tanto como el universo, en el que se veían sentados en butacas de cine delante de grandes pantallas blancas que les cegaban. Se miraban entre sí, buscando en los demás una explicación, y antes de que cualquiera de ellos articulase una sola palabra, la película comenzó con una imagen muy clara y que les hizo comprender lo que iba a pasar: todas sus hijas e hijos, sin excepción, estaban sentados en unos bancos de madera parecidos a los que usan los mendigos como cama en los parques. Estaban todos ellos desnudos, cubiertos de un líquido brillante que se mezclaba con sus lágrimas, entonces en el momento en que uno de ellos iba a levantarse algo pasó de un lado al otro de la pantalla, volviendo la imagen negra y, después, de nuevo con los niños. Y entonces, al fin, apareció. Era una corpulento hombre con una máscara de Pepa Pig, cuyo cuerpo debía medir 2 metros de alto y cerca de 1 y medio de hombro a hombro, pero fue el monumental pene lo que a todos los jueces les dejó sin habla. ─¿Listos, niños? ─los niños contestaron asintiendo con rapidez y miedo y, uno a uno, comenzaron a ponerse de espaldas a la imagen al tiempo que la cámara se colocaba en uno de los extremos del banco, haciendo que los pequeños se convirtieran, al inclinarse, en ángulos de 90 grados que unían el sueño y el banco. Y el Pepa Pig actuó. No dejó un culo sin romper ni una boca sin llenar, todo ante la atenta mirada de los padres/jueces que, a diferencia de con las pruebas que habían visto para el juicio, no se masturbaron ante aquella imagen ni la enviaron por whassapp a sus grupos de amigotes. Estaban siendo testigos de cómo sus propios hijos, aquellos por los que darían cualquier cosa, incluso su vida, estaban siendo atravesados por una barra de carne dura, caliente, y cubierta de sangre, heces, semen, y algún pedazo de intestino grueso o anos. A cada embestida, a cada corrida que los llenaba como globos de agua y hacía que sus ojos saliesen de sus orbitas buscando un lugar donde no tener presión, parte de aquello jueces se rompía para siempre, igual que se había roto el alma de las dos chicas que La Piara había usado para sus más bajos instintos, y comprendieron el modo en que hay que luchar por la justicia y dictar sentencia; como si fueras una de las víctimas. Virgilio no les hizo nada a la Piara ni a los soldados que inventaron la paliza para castigar a los chavales que les habían quitado la protección que les daba un trozo de metal con un número y un escudo, más que nada porque estaba seguro de que algún día, sin duda, la ciudadanía se atrevería a tomarse la justicia por su mano y, también sabía muy bien, que ninguno de aquellos falsos inocentes iban a poder vivir sin vigilar sus espaldas, cada día de su vida, porque en cualquier momento, en el lugar menos esperado, la justicia de verdad, la de la calle, les iba a atrapar. Y entontes sí que iban a saber lo que eran sufrir de verdad. 


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