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Espesas Nubes De Primavera

Uno de los hobbies más ocultos de mi hijo, más privados, y que os contaré solamente para que os hagáis la idea de lo concienciado que estaba Virgilio con el control de la moralidad y utilidad humana, era el de pasearse por los hospitales, tanto públicos como privados, de cualquier ciudad, y escuchar los planes que los moribundos hacían para el improbable caso de que se curasen. ─Quiero retomar mi pasión por la sardana. ─Me encantaría viajar a Tailandia, ya sabes… ─Sueño con poder salir de este hospital pronto y asistir a la gira de verano de mis cantantes favoritos de reggaeton. En casi todos los casos, la sonrisa de Virgi crecía con un amor inmenso, descomunal, y entonces se les acercaba al oído, para que no se perdieran detalle de sus palabras, y les decía. ─Por el forro de mis cojones. Después los desconectaba de la máquina, los asfixiaba con una almohada o sus propias manos o, a los más anormales (<<Siempre he soñado con hacerme político/cantante de pop a lo Vetusta Morla/abrazar a Paulo Coelho>>), los lanzaba por la ventana y hacía aparecer justo en el lugar donde iban a caer una piscina de plástico, de estas de playa para niños, llena de jeringuillas oxidadas infectadas de una cepa del SYHUQTC (Sida Y Hepatitis Unidas Que Te Cagas). ─Mi señor ─comentó uno de los nuevos discípulos de mi hijo mientras este mataba a puñetazos a un veinteañero que ansiaba salir de allí para volver con su novia (la cual le había denunciado por maltrato) ─¿Sí? ─el último puñetazo atravesó el cráneo del chaval y la sangre salpicó la habitación entera como si en lugar de una cabeza aquello fuera un volcán. ─Tenemos un problema, digamos, de naturaleza vegetal. ─¿Eing? A lo que se refería el chico era, en realidad, a que un sector minoritario de la sociedad estaba comenzado a ser un grave problema para los negocios de mi hijo. Porque, me parece, no os he hablado de eso aún. Fallo mío, perdón. A parte de lo que pillaban cuando les apetecía, y algún que otro saqueo a casa de líderes de extrema izquierda (de esas con piscina y garaje y casa de invitados y huerto. Vamos, lo normal para alguien que no apoya que los líderes tengan más que el pueblo), mi hijo tuvo la genial idea de crear una empresa de vegetales y frutas, por aquello de que la sociedad se estaba volviendo cada vez más tocapelotas con el tema de la comida sana y en esos días era poco menos que un pecado matar a un pollo para cenar (aunque en el hogar de Virgilio había una pequeña zona de graja donde, día sí y día también, se sacrificaban todo tipo de animales para comer). La empresa, de nombre La Mejor Fruta Del Mundo (los de marketing no tuvieron un buen día), estaba pasándolas canutas porque alguien de la competencia estaba haciendo correr un bulo sobre la calidad de los productos de mi hijo. ─¿En serio se han atrevido a decir que nuestras frutas crecen en medio de los excrementos de caballos? ─Sí. ─¿Y cómo se han enterado? ─Pues creemos que uno de los nuevos trabajadores era un infiltrado. Le hemos capturado, por si quiere interrogarle. ─Vamos… El espía, que lucía una camiseta con el logo de Frutas y Verduras Mejores Que Las Del AnticristoEseDeMierda (la competencia), se había llevado ya un par de buenas palizas, por lo que tenía la mandíbula fuera de lugar, un ojo había explotado, el otro había sido atravesado con un aguja al rojo vivo, y ambas piernas colgaban de un fino hilo que, en sus mejores días, era un ligamento o parte de un músculo (a simple vista era difícil de ver). Virgilio se acercó hasta ponerse cara a cara junto a él. ─¿Cómo te has atrevido? ─¿Señor? ─interrumpió una de las chicas de confianza de Eva, que aquel día había tenido problemas con la alimentación de Yisus y, lo siento, no va a salir mucho hoy. ─Déjame hablar con él, por favor. ─Pero… ─¿Sí? ─Virgi la hizo callar, así que la pobre muchacha tuvo que esperar unos minutos, en los que Virgi interrogó al espía sin conseguir mucho. ─Está muerto, mi señor ─dijo al fin, teniendo como respuesta la cara de sorpresa de mi hijo. ─¿Muerto?, ¿cómo? ─¿Ve eso de ahí? ─señalaba el estómago del chico, de donde colgaban, a través de un monumental boquete, las tripas, pulmones, corazón, e incluso parte del cerebro sin que pueda explicarlo. ─, se nos fue de las manos al violarlo y, bueno, ha muerto hace unas horas. ─Lástima ─aquel día Virgilio no estaba muy atento, debido a que Yisus le había dado una noche muy dura en la que apenas había dormido 5 minutos. ─. La próxima vez avísenme con tiempo. ─Em… sí, mi señor. ¿Qué vamos a hacer? ─Quieren jugar, sucio, ¿no? Pues creo que ya va siendo hora de que no dejemos al azar la tarea de regar sus tierras… La chica sonrió. Virgi sonrió. Toda la casa sonrió, aunque por diferentes motivos que nada tenían que ver con este relato. Mi hijo decidió que el mercado sería suyo o no sería de nadie, así que levantó sus manos y, al instante, unas espesas nubes se crearon sobre sus cabezas. No eran oscuras como las de tormenta, sino que tenían un opaco color blancuco que se acercaba más a la leche recién exprimida. ─Es hora de que la cosecha crezca ─y, entonces, cerró las manos y empezó a llover. Los primeros en notar lo que estaba pasando eran los niños, debido a su manía de abrir la boca cuando empieza a llover para poder beber el líquido. Pero esa vez se encontraron con un gusto salado que no habían sentido nunca en sus virginales lenguas, por lo que sonrieron ante lo nuevo y sacaron sus bocadillos de atún para empaparlos en aquel espeso líquido; que era semen. El néctar que Virgi dejó caer sobre los campos de todo el mundo, porque joder solo a la competencia no se acercaba ni un poco a la diversión que acarrea el joder a toda la puta humanidad, creó una nueva subespecie de frutas y verduras, caracterizadas por tener la forma, el tamaño, el gusto y el tacto de escrotos humanos. Sus pelos eran duros como los de los cactus y su sabor, para sorpresa de todos, era parecido al de las ingles de las prostitutas más selectas de Bangkok (ya sabéis, con ese picazón tan característico que otorga la falta de higiene unida al calor). La humanidad pronto tuvo que acostumbrarse a que, a partir de aquel día, todos los alimentos nacidos de la tierra les dejasen un sabor espeso y amargo en la boca, lo que acabó con la industria de galletas rancias y de la cerveza Guiness. ─Ha sido un buen movimiento, mi señor ─le comentó al cabo de un par de meses uno de sus seguidores mientras degustaba un muslo de pavo. ─Sí. La verdad es que esto de hacer que la humanidad descubra la adicción al sudor inguinal al tiempo que pones en jaque los verdaderos motivos de su veganismo es, bueno… ¡mágico! ─Sí mi señor. ¿Me pasaría un poco más de aquel lechón? ─Solo si me alcanzas un poco del ternasco de allá. ─Aquí lo tiene.  


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