Petardos y Hogueras (ESPECIAL VERBENA DE SAN JUAN)
Otras de las cosas que más me divierten del ser humano es la doble moral, estúpida y sin sentido, que suele mover a todos vosotros. Cosas como que los que defienden la libertad se dediquen a secuestrar inocentes (como el caso de Yisus, que había sido capturado por los que buscaban doblegar a mi hijo), o el hecho de que los que critican con más fuerza la religión en general y todo lo cristiano en particular sean los primeros en celebrar la Verbena de San Juan por todo lo alto. Pero, debido a que esto es un especial, nos centraremos en lo que pasó en aquel 23 de Junio en el que Virgi, roto por la falta de su hijo y las lágrimas de desconsuelo de Eva, tuvo la necesidad de volver a poner a prueba la buena voluntad y puro pensamiento de los mal llamados “seres más civilizados”. ─¿Qué son todas esas explosiones? ─berreó mi hijo con muy poca paciencia en la voz y demasiada ira acumulada. ─Hoy por la noche es la Verbena de San Juan, mi señor, y…. bueno… ─La gente ya se está volviendo gilipollas con la pollada de los petardos, ¿no? ─Pues sí, mi señor. Es como si disfrutasen de perder dedos, o del olor de la pólvora. Como si el destruir pequeños pedazos de su mundo, solo por diversión, fuese lo más de lo más. ─Son simples niños ─el hilo de voz de Eva era triste pero al mismo tiempo férreo y del todo amenazante. Se notaba dentro de él como la mujer del hijo de Satanás estaba gestando la peor de las venganzas posibles (que así era, pero no vamos a hablar de eso hoy… lo siento) ─Niños con demasiados halagos a sus espaldas y demasiada confianza en su supuesta superioridad ─Virgilio iba encendiéndose por momentos empujado por la rabia que crecía, y que notaba como suya, en el corazón de su amada. ─. Son como perros salvajes que ansían ser castigados por todos sus pecados, pero que en el único momento solo hacen que luchar por sus vidas; esas que a esas alturas ya nos poseen. ─¿Qué vas a hacer, mi señor? ─preguntó Eva. ─, ¿qué vas a hacer contra los que creen que pueden vivir como personas que no son, contra los que no piensan en los demás a no ser que les beneficie su ayuda? Merecen el peor de los castigo. ─El peor… ─repitió Virgi. ─… el peor… Un nuevo petardo retumbó por la casa, haciendo que ese único artefacto sonase como si un ejército hubiese decidido invadir el hogar de mi hijo. Aquella sensación en lugar de hacer que mi hijo y sus seguidores se encogiesen de miedo, que se dejasen aplastar, les inyecto una energía tan grande que, sin tan siquiera hablar, solo con el sentimiento que recorría todo su ser, salieron en formación de a dos, tras Virgi y Eva, al exterior por primera vez, grupalmente, desde que la casa se había invadido. La oscuridad estaba empezando a invadir la ciudad, creando una mezcla de sombrar graves y otras casi transparentes que salían de los niños y adultos como si fuesen en realidad sus propias almas, y estuvieran tratando de abandonarlos. Pero los mortales no lo notaban, porque para ellos aquel monumental ruido, aquella festividad tantas veces doblegada y mal explicada que no era más que una estúpida caricatura de lo que alguna vez fue, les tenía sorbidos los sesos como el peor discurso político. A lo lejos se veían, o intuían por el color que regalaba a los que estaban cerca de ellas, hogueras de todos los tamaños e intensidades, alrededor de las cuales, como falsas brujas, bailaban jóvenes ebrios de alcohol y de superioridad moral. ─Creo que es una buena idea, mi señor ─como una colmena, todo el grupo de seguidores estaban viendo las millones de ideas que pasaban por la mente de mi hijo, y como se detuvo delante de una de ellas que, sin duda, iba a ser la mejor forma de empezarlo todo. ─Llamémoslas, mi señor ─dijo Eva, besándole en la mejilla. Virgilio Delfín alzó las manos haciendo que la Tierra entera temblase de pavor, y las convocó. ─¡Hermanas, volved para terminar lo que no quisieron comprender! Un grupo de sombrar saltaron de una nube a otra, juguetonamente, entre risas y palmas, y se dividieron entre las hogueras de la ciudad, donde comenzaron a bailar al mismo ritmo que los chicos y chicas. Pero solo una de ellas, que estaba borracha de Martini Roso, miro a una a la cara y comenzó a gritar. ─¡Un muerto! ─¿Un muerto? ─preguntó la invocada, carcajeándose hasta que la mandíbula se le cayó de la boca. La tuvo que coger y volver a encajársela para poder decir ─, de eso nada querida; soy una bruja, una de Zugarramundi: ¡y esta noche es nuestra! Las hermanas brujas, podridas tras tantos años muertas y mal enterradas, empezaron a gritar desacompasadamente, y en respuesta a los insultos y berridos de los asustados humanos comenzaron a agarrarlos de los brazos y piernas, y sus cabellos y lenguas, y tiraron y tiraron mientras seguían bailando y, poco a poco, comenzaron a desmembrar a todo cuanto había caído en sus redes. La sangre de jóvenes (que no vírgenes) se mezclaba con los pies descalzos de las de Zugarramundi, que brillaron como la Luna y empezaron a elevarse grácilmente. Las siluetas de las brujas, con los miembros arrancados, se dividieron de nuevo entre las hogueras que las rodeaban, y así una vez, y otra, hasta que ellas quisieran (que podía ser, fácilmente, hasta que acabase la eternidad). ─Un buen gesto, mi señor. ─Sí, llevan tiempo queriendo ser libres, ¿y que mejor noche que ésta en la que se las respeta igual que en su época? ─¿Y ahora? ─Eva no había tenido bastante. Ni por asomo. ─Ahora es el momento de que los humanos entiendan que es verdaderamente la noche de San Juan. Mi hijo, que había leído mucho en su juventud mientras su madre se prostituía o robaba al primer pringado que se cruzase en su camino, encontró una vez un viejo libro de leyendas. Ese, precisamente, se lo dejé yo cerca de la salida del colegio, porque una cosa es que me importen una mierda el crecimiento de mis hijos, pero cuando veo que uno es bueno en algo le dejo cerca aquello que lo vaya a hacer útil en el futuro. Aunque por desgracia algunos son tontos y no lo pillan (todavía me tenéis esperando a que Donald Trump le de uso a las cuchillas de afeitar que le dejé cerca de la cuna, pero tuvo que morir de vejez rodeado de riquezas… joder…). En el libro que leyó Virgilio, titulado “La verdad sobre las fiestas Cristianas”, que había sido escrito, igual que la Biblia, generación tras generación aportando cada uno lo que le daba la gana, explicaba que, en un primer momento, la Noche de San Juan estaba destinada a quemar aquello que éramos realmente; me explicaré. Por ejemplo un reo li,bre tiraba al fuego sus cadena, una mala madre la zapatilla o cinturón con el que había pegado a sus hijos, o un político corrupto él, enterito. El problema es que aquello derivó en tirar un papel con los deseos escritos y, más tarde y sin explicación, a que la gente saltara por encima de la hoguera (¿?). Con este dato muy bien guardado en la memoria, mi hijo solo tuvo que levantar los brazos y decir. ─Que todo aquello que sois acabe, irremediablemente, en el fuego. Lo que hace al hombre son sus secretos, aquello que casi nadie, o directamente nadie, sabe, por eso mismo cuando empezaron a aparecer en la hoguera, ante sus “dueños”, los odios o vergüenzas más ocultas y que jamás ninguno señalaría como propias, todos empezaron a palidecer y a comprender qué estaba pasando. Pero nadie se atrevió a decirlo en voz alta. Suegras en bata y rulos, prostitutas rumanas, niños tailandeses, ex novias, jefes, coches de vecinos, ropa de amigas, protesis mamarias, perros ladradores de madrugada y gatos ladrones de canarios, penes de actores porno, barrigas cerveceras con sus dueños (que eran los mismos que las odiaban en la mayoría de los casos), todos poco a poco se transustanciaron delante de aquellos que, muertos de vergüenza, trataban de taparle los ojos a sus familiar o incluso a sí mismos. Los gritos de agonía de todos los castigados por ser parte del pasado oscuro de alguien se mezclaban con los de aquellos que comprendían lo que estaba pasando y conocían por primera vez a sus amigos o parientes. En un par de situaciones, dos amigos que estaban pasando la noche juntos, desaparecieron y volvieron a aparecer en frente de donde estaba el otro, dándose a entender que su amistad no era más que una cortina de humo de mentiras, engaños, envidias y aprovechamientos mutuos. En estos casos, algunos empezaban a pegarse mientras se convertían en cenizas, siendo antes de morir un poco más sinceros con ellos mismos y los demás. La agonía y el olor a pollo quemado y morcillas de sangre invadió la ciudad como una niebla londinense, obligando a todo el mundo a huir y consiguiendo que los seguidores de Virgi fueran las únicas personas vivas que paseaban por la calle; una calle sin petardos ni ruido, sin gente borracha ni serena. Unas calles prefectas. Solamente, paz. ─¿Le apetece un poco de coca, mi señor? ─Claro ─mi hijo sacó del bolsillo una bolsa, que antiguamente había contenido su colección de Tazos, y de su interior sacó un pellizco de cocaína, que esnifó ante la mirada incrédula de su siervo, que en una mano tenía un cuchillo y en la otra una coca rellena de crema. ─¿Quieres tú? ─el seguidor decidió dar una larga esnifada para no quedar mal. ─Gracias…. Mi señor. ─Y ahora comamos un poco de esa coca tan rica que habéis traído. ─¡SÍ, MIIIIIIIIIIIIIIIIIIII SEÑOR!